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La vida en círculos

Úrsula Iguarán, la matrona de los Buendía, después de ver generación tras...

8 de noviembre de 2014 Por: Óscar López Pulecio

Úrsula Iguarán, la matrona de los Buendía, después de ver generación tras generación las mismas extravagancias familiares, pensaba que la vida se repetía en círculos; un delirio senil, porque eso nunca sucede. Lo que sí pasa es que la gente cree que las cosas buenas que le sucedieron en el pasado, consecuencia de la conjunción de muchos factores, pueden volver a recrearse. Es más una ilusión que una certeza, pero la gente vive de ilusiones. Y los políticos también.Quizás desde esa óptica ilusoria se pueda entender la actitud persistente, metódica, intransigente, fatigante, del hoy senador Álvaro Uribe sobre el proceso de paz, al cual ni siquiera le ha hecho la concesión de aceptar que él mismo trató de hacerlo, como era su obligación constitucional como Presidente de la República. Debe creer que el fracaso del actual proceso de paz produce la recreación de las circunstancias que lo llevaron al poder en el 2002: un proceso de paz sin futuro, una población agobiada por los excesos de la guerrilla, medio país fuera del control de Estado. Uribe, un político poco conocido entonces, cabalgó sobre la cresta de la ola de ese fracaso descomunal y ganó la Presidencia con la promesa de acabar con la guerrilla por la fuerza.No lo consiguió, pero logró debilitar a las Farc de tal manera que su sucesor pudo sentarla a la mesa de negociaciones en condiciones precisas de superioridad para el Estado. Uno de los absurdos más grandes que hoy produce la actitud de Uribe, de rechazo a todo cuanto sucede en La Habana, es que quien mejor podría reclamar el mérito de un eventual proceso de paz exitoso es él mismo: su lugar en la historia. Sin embargo, como el político activo, ambicioso y sin escrúpulos que es, lo que está buscando es un espacio de poder aquí y ahora, con la ilusión de que se recreen las condiciones que lo llevaron a la Presidencia.Pero el país ya es otro. La dura realidad es que aparte del trabajo, con luces y sombras, que se realizó entre 2002 y 2010 en el tema del orden público, gracias al cual se recuperó el control territorial del país, el resto de las realizaciones de ese largo gobierno han tenido que irse desmontando paulatinamente. La agresiva política internacional con los vecinos; la fusión de ministerios, que no produjo economías de escala pero si la pérdida de importancia de temas como la justicia y el medio ambiente; la reforma laboral, que no generó nuevos empleos pero si disminuyó los ingresos de los empleados más pobres; las exenciones de impuestos para los más ricos, que no fue un poderoso incentivo para aumentar la inversión; la microplaneación de obras públicas, que atrasó la infraestructura de transporte; el manejo de los organismos de inteligencia, que se volvió un instrumento de control de la oposición, en clara violación de las más elementales libertades públicas; las relaciones perversas con el Congreso Nacional, más de sesenta de cuyos miembros, todos de la coalición gubernamental, fueron condenados por paramilitarismo, en un escándalo sin precedentes; y la reelección presidencial en beneficio propio, mal habida, que desbarajustó todo el equilibrio de los poderes públicos.Todo eso sucedió en al gobierno de Álvaro Uribe a cambio de lograr la paz a través de la guerra. Y tuvimos todo eso y la guerra. ¿Serán esas condiciones las que se quieren recrear ahora, como si la vida se repitiera en círculos?

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