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La paz no es la paz

Hay dos maneras de terminar un conflicto: una, poner unas condiciones mínimas...

8 de septiembre de 2012 Por: Óscar López Pulecio

Hay dos maneras de terminar un conflicto: una, poner unas condiciones mínimas para hacer creíble la negociación y respetarlas, so pena de terminar ésta cuando aquellas se interrumpan. La otra, negociar en medio del conflicto, con la condición de terminarlo, apenas acabe la negociación con éxito. La primera es más deseable y al mismo tiempo más frágil, pues puede romperse en cualquier momento. Pero si no se da no hay razón para no ensayar la segunda. La principal objeción que se le hace al “acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, que es el nombre del documento que inicia conversaciones de paz en Colombia, es que no impone a las Farc ninguna condición previa y por el contrario, legitima su lucha, al elevar la organización a interlocutor del Gobierno para solucionar un problema político. Parecería una concesión innecesaria y en excesivo generosa. Sin embargo, la razón por la cual se hace es precisamente porque el Gobierno se sienta a esa mesa en condiciones de superioridad militar y política. Les da a las Farc un estatus que les puede quitar si las conversaciones fracasan en el plazo que se acuerde.Como al final el cese al fuego es bilateral, es decir dejan de dispararse los unos a los otros, en el entretanto el gobierno con su superioridad militar puede presionar a su favor el acuerdo final, a pesar del incremento de los atentados terroristas, que son en el fondo una muestra de debilidad militar. De hecho, el desarme sólo puede ser unilateral, porque lo que hace el Estado al acordar la terminación del conflicto es precisamente recuperar el monopolio de la fuerza. Y pasar a hacer fuerza por una serie de cosas que están en mora de hacerse y que han alimentado el conflicto social que subyace detrás de la rebelión campesina que han protagonizado las Farc desde hace 50 años.Precisamente los dos puntos de la agenda que no se refieren a la terminación del conflicto en sí mismo, por su carácter socioeconómico, son la política de desarrollo agrario integral, donde la enumeración de temas está muy cercana a la propia política agraria oficial: acceso y uso de la tierra, tierras improductivas, formalización de la propiedad, frontera agrícola y protección de zonas de reserva, programas de desarrollo con enfoque territorial, infraestructura y adecuación de tierras, desarrollo social, estímulo a la producción agropecuaria y a la economía solidaria y cooperativa, asistencia técnica, subsidios, crédito, generación de ingresos, mercadeo, formalización laboral, sistema de seguridad alimentaria; y la solución al problema de las drogas ilícitas: programas de sustitución y recuperación ambiental de las áreas afectadas por cultivos ilícitos, programas de prevención del consumo y salud pública, solución del fenómeno de producción y comercialización de narcóticos. Una agenda más ‘desarrollista’ que ‘revolucionaria’, referida al campo, no a la ciudad; al sector agropecuario, no al industrial o al financiero, que es lo que la hace posible. Pero la paz no es la paz. La paz de que habla el acuerdo, es la paz que nace de la dejación de las armas por parte de los campesinos rebeldes, importantísima y deseable, pero condicionada a la construcción de la paz de verdad, que incluye pero desborda las fronteras del campo y debe abarcar la totalidad de un país urbano como Colombia, tan necesitado de equidad social. Lo cual no es, por fortuna, materia de esa negociación, que ojalá sea exitosa, sino una responsabilidad de todos.

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