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La loca de la casa

El protagonista de ese drama no es el poder sino el olvido....

25 de febrero de 2012 Por: Óscar López Pulecio

El protagonista de ese drama no es el poder sino el olvido. Una mujer desaliñada, demente, que vaga por su casa y habla todo el tiempo con su marido muerto hace años, olvidada de sí misma, mientras afuera se la recuerda como una de las figuras políticas más importantes de su tiempo. El contraste entre la figura arrogante, de contenida elegancia, de sus años maravillosos y el derrumbe de sus años finales no puede ser más cruel. Máxime cuando existe el registro público de cada uno de los aspectos de su rutilante carrera política y poco se sabe, con una discreción típicamente inglesa, de su actual enfermedad. Así que la película ‘La Dama de Hierro’, de Phyllida Lloyd, quien ha hecho su carrera como directora de obras de Shakespeare y de óperas, por tanto familiarizada con la tragedia, es una intromisión, sin miramientos, en la intimidad de Margaret Thatcher, viva aún, para volver a decir cómo es de transitoria la gloria del mundo. Y contando esa historia, a través de la niebla del Alzheimer, Meryl Streep, en una impecable actuación, reinventa los episodios estelares del ascenso excepcional, y la caída, de la hija de un tendero de provincia a Primer Ministro del Reino Unido, como cabeza del partido Conservador, el más improbable escenario para su triunfo. Es uno de esos casos en que alguien está en el lugar adecuado en el momento adecuado. La Inglaterra de los años 70 se derrumba agobiada por los costos del Estado de Bienestar: los enormes subsidios públicos, el poder de los sindicatos, la pérdida de competitividad de su industria y su pérdida de influencia política luego de la liquidación del Imperio. El hombre enfermo de Europa, la llaman. Thatcher, nacida Roberts, acepta la propuesta de matrimonio de Dennis Thatcher, un rico ejecutivo conservador que le da las credenciales para el ascenso en la política de su partido. Cuando en 1975 reta el liderazgo de Edward Heath, quien ha llevado al conservatismo al poder en 1970, es cosa de no creerse: una mujer que derrota a un Primer Ministro en ejercicio y se convierte en líder de su partido. Cuando en las elecciones generales de 1979 derrota al laborista James Callaghan, llega a ser la primera mujer Primer Ministro del Reino Unido y de Europa. Lo que hace la ‘Dama de Hierro’, apodo que le ponen en Moscú por su férrea oposición al expansionismo soviético, y que ella adopta encantada, es imponer unas políticas severas, impopulares interna y externamente, que ponen al país de nuevo en sus rieles: la disminución del poder de los sindicatos, imponiéndose sobre la huelga general de los mineros; la reducción del tamaño del Estado, que lleva a la abolición de muchos subsidios; la oposición a la entrada al Mercado Común Europeo y su defensa de la libra esterlina; su alianza irrestricta con Estados Unidos (léase Ronald Reagan, su alma gemela); y su valor para declarar la guerra a Argentina, por la invasión a las Islas Malvinas, que gana. La guerra le da la popularidad que no tienen sus políticas económicas, pero sus virtudes la pierden. La insistencia en un impuesto común que deberían pagar por igual pobres y ricos, la lleva a perder la confianza de su partido y a su renuncia en 1990, cuando va en su tercer período. Luego viene ese exilio interno y esa notoriedad internacional de los políticos en desgracia, y la enfermedad. La película de Lloyd y la actuación de Streep, ambas extraordinarias, convierten esa parábola política en un desolador gesto de impotencia: la mirada perdida de la loca de la casa, que una vez reinó.

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