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La Ermita

Durante siglos, los viajeros que recorren el Sena al pasar por la...

8 de junio de 2013 Por: Óscar López Pulecio

Durante siglos, los viajeros que recorren el Sena al pasar por la Isla de La Cité, situada en medio del caudal, han visto la fábrica enorme de la catedral de Notre Dame de espaldas al río, ocupando el extremo oriental de la pequeña isla como un barco fantástico, los arbotantes y contrafuertes que sostienen el ábside, anclados a sus orillas. Por el contrario, solo en el Siglo XIX cuando el Barón Haussman demolió medio París medieval para construir sus grandes avenidas, pudo apreciarse la fachada occidental, que permanecía oculta por la vecindad de las casas. La plaza que hoy permite la contemplación de la fachada, que al decir de Kenneth Clark es la más perfecta del gótico, fue producto de la demolición de toda una manzana. La razón por la cual la Iglesia había sido construida de esa manera, fue para que su entrada principal estuviera de frente al pueblo de Dios que venía a refugiarse en busca de consuelo.Para el tiempo del descubrimiento de América ya no se construían iglesias góticas en Europa. Sin embargo, entrado el Siglo XIX el gótico revivió en el mundo victoriano con dos construcciones imponentes que hoy se antojan muy antiguas: el palacio de Westminster, sede del parlamento británico, terminado en 1870; y la Catedral de San Patricio en Nueva York, terminada en 1865. Esos vientos neogóticos llegaron tardíamente a Colombia, como todo lo demás, y en los primeros decenios del Siglo XX se construyeron en ese estilo la Iglesia de Nuestra Señora de las Lajas en Nariño, la Catedral de Manizales y la Iglesia de La Ermita en Cali, dedicada a Nuestra Señora de la Soledad. Todas ellas en lugares que habían estado dedicados al culto católico desde tiempos inmemoriales. La más audaz de esas construcciones es el santuario de Las Lajas, colgado de un precipicio cuya plaza es un puente sobre el abismo; las más grande es la catedral de Manizales, construida como un gesto de orgullo cívico; pero la que quedó más bonita fue La Ermita de Cali, con su aspecto de pequeño relicario, versión en miniatura de la Catedral de Ulm en Alemania. La Ermita mantiene ese diseño de una sola torre, tres naves con bóveda de escrucería y reproduce en cemento pintado de blanco y gris las decoraciones propias del gótico, lo cual le da ese encantador aspecto de torta de bodas, que ha hecho de ella y su entorno la imagen más conocida de Cali. Fue construida gracias al empeño de doña Micaela Castro Borrero en el mismo sitio y en la misma posición en que estaba la antigua iglesia destruida por un terremoto: de espaldas a la avenida y de frente al pueblo de Dios. Así la han visto los caleños por 70 años y así debería quedarse.La idea de abrirle una entrada por detrás, rompiendo el ábside construido hace solo 20 años, a una capilla tan pequeña, grata de ver por todos los lados, que tiene además dos entradas laterales, carece de sentido pues implicaría voltear su interior y cerrar la entrada principal que da sobre la Calle 13, una avenida importante que ha sido remodelada con el sistema de transporte masivo y de enorme circulación. ¿Cuál es el sentido de cerrar la puerta que da a los barrios populares de Cali del símbolo más querido de la ciudad? ¿Qué se busca con esa idea que desequilibra el diseño? ¿Mejorar la vista desde el nuevo bulevar, el último de cuya serie atroz de ductos de ventilación obstruye la perspectiva de la Iglesia? ¿No sería mejor, dice el tío Baltasar, despejar un poco el entorno quitando el ducto y demoliendo el edificio vecino, a la manera de Haussman, y dejar a los santos quietos?

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