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Escritores fantasmas

Fue nadie menos que Mark Twain, por entonces una celebridad, quien ...

18 de febrero de 2012 Por: Óscar López Pulecio

Fue nadie menos que Mark Twain, por entonces una celebridad, quien escribió un ensayo escandaloso recogiendo la versión, que venía de antiguo, de que William Shakespeare era un fraude. Y razones había para creerlo. Lo que se sabe del famoso escritor inglés va en contra de las ideas convencionales que se tienen sobre los escritores famosos. No se conserva ni un solo manuscrito suyo. No legó en su minucioso testamento ni un libro. Llegó a Londres sin otra formación que la de su escuela local, así que no tenía la cultura que le hubiera permitido pasearse a sus anchas por la antigua Roma, o por la Italia medieval, como sucede a los protagonistas de ‘Julio César’, ‘Romeo y Julieta’ o ‘El Mercader de Venecia’. No tenía el conocimiento de los protocolos de la corte, que lo hubieran hecho una autoridad en las intrigas cortesanas que hacen verosímiles su obras sobre los reyes ingleses. No tenía el conocimiento del griego y el latín para construir los versos que iban a revolucionar la lengua inglesa. Y, para completar, termina sus días no cubierto de gloria por su genio literario, sino como un mercader de granos en su originario Stratford-upon-Avon, donde aún hoy puede visitarse su casa, amorosamente reconstruida en el más puro estilo isabelino por la posteridad agradecida.¿Pero si no fue él quien escribió las obras teatrales y los sonetos de amor, entonces quién? Hay dos candidatos que, al menos en teoría, reunirían los requisitos que le faltan a la pobre hoja de vida de William. Por sus antecedentes intelectuales y aristocráticos han sido desechados con el argumento de que esa atribución tiene un tinte clasista, como si un pobre actor de provincia no pudiera convertirse en un gran escritor. Son ellos Sir Francis Bacon, vizconde de St. Albans y canciller de Inglaterra y Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford, ambos con la formación humanística y el amor por las letras requeridos para ajustarse a la autoría de las obras maestras, y ambos con razones políticas y sociales para no aparecer como autores teatrales, oficio no muy recomendable en los círculos cortesanos. El asunto no ha pasado de especulaciones y hasta allí ha llegado, a pesar de lo razonable de las dudas. Hasta ahora, cuando aparece ‘Anonymus’, la película de Roland Emmerich, el mismo de ‘Godzilla’ y ‘2012’, quien aplica su experticia en catástrofes de destrucción masiva a Shakespeare. Sin éxito.La película, un alarde técnico y afortunado de reconstrucción del mundo isabelino a un costo de más de US$30 millones, es un desastre histórico. Un abuso, no sólo del nombre de Shakespeare, reducido a un viva la vida mediocre, mujeriego, chantajista, iletrado y posiblemente asesino, sino del de Isabel I de Inglaterra, la Reina Virgen, cuyo lecho se convierte en el lugar más visitado del palacio, para proveer los hijos bastardos que puedan sostener la absurda trama. Para dar interés a un tema literario que sólo había preocupado a los especialistas, Emmerich lo mezcla con los episodios más notorios del largo período isabelino, ese sí lleno de todas las conspiraciones imaginables que se han contado muchas veces. Si Edward de Vere fue el autor de las obras firmadas por William Shakespeare, nunca se sabrá. La duda las hace más interesantes. De Homero, con menos pruebas, se ha dicho que no existió. ¿Existen los genios o son el producto de la imaginación de otros genios desconfiados? ¿Importa, si la obra llega hasta nosotros, aunque sea una conspiración de los Rosacruces?

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