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Agallas

Ella es una niña con las agallas de un gigante. Encarna en...

26 de febrero de 2011 Por: Óscar López Pulecio

Ella es una niña con las agallas de un gigante. Encarna en su aspecto, en la manera como se viste y como habla, el rigor de la ética protestante: la preeminencia de lo justo, el derecho al castigo del infractor, la redención por el esfuerzo personal, el afán de riqueza, la frugalidad. Esa combinación formidable de la moral y la acción que construyó el capitalismo, con sus santos visibles y sus grandes demonios. Así también se construyó el Lejano Oeste norteamericano, sus tierras infinitas cuya exploración fue como un segundo descubrimiento de América, con la aniquilación de los indígenas, la pertinaz colonización y los facinerosos de toda laya. La dureza de ese mundo por hacer, representada del modo más improbable por una niña de 15 años que decide vengar la muerte de su padre. Es la historia que cuenta la novela de Charles Portis, llevada al cine por los hermanos Coen, Ethan y Joel, en una película memorable, Temple de Acero (True Grit). Si el Discurso del Rey (The King’s Speech) es la quinta esencia de cine inglés, Temple de Acero lo es del cine norteamericano. Si aquella barrió con los premios británicos, ésta puede llevarse mañana todos los Oscar. Ya los hermanos Coen habían hecho otra obra maestra del cine negro al explorar los bajos fondos del tráfico de drogas en Estados Unidos, con sus capos y sus sicarios, en No es País para Viejos (No Country for Old Men), ganadora de 4 Oscar en el 2007, con su crueldad sin límites, que es casi una caricatura, llena de humor, también negro, de las miserias humanas. True Grit, que podría haberse titulado mejor como Agallas, explora el bajo mundo de la conquista del Oeste, con sus matones y sus caza recompensas; la dureza infernal de esas vidas, que es la otra cara de la moneda de la épica de la colonización y de las divertidas películas sobre indios y blancos, sobre sheriff y pistoleros. Lo que le pasa a Mattie Ross (Haille Steinfeld) es de no creerse: llega sola a un pueblo perdido a contratar a un matón para que le ayude a buscar al asesino de su padre, para que sea juzgado. Una joven en un mundo de adultos, terca como una mula, en un propósito desproporcionado a sus fuerzas. Y encuentra al héroe más incongruente, Rooster Cogburn (Jeff Bridges), un viejo alcohólico y sucio, rudo y sin principios. Pero no es el encuentro de la inocencia con el pecado, si no el espectáculo de un ser moral y otro inmoral, unidos en un mismo fin, que es la muerte. Es como si la moral fuera simplemente una cuestión de método, que es lo que le da la crudeza a la historia. Por lo demás, espléndidamente fotografiada para recrear el territorio que iba más allá del límite de la civilización, que para tantos era un futuro de promisión, pero que para muchos fue un futuro de desesperanza, sin un centavo, sin una compañía, sin un metro de tierra en las planicies sin fin. Y espléndidamente dirigida y actuada, para mostrar la rudeza de ese mundo de frontera, sin un pájaro, sin un árbol, sin una nube; y la tenacidad de un propósito, donde lo moral y lo inmoral son una sola revoltura. El mundo negro del Lejano Oeste, como debió ser.Mattie Ross termina asesinando al asesino de su padre. Ejerciendo por propia mano una justicia que ella quería llevar a la justicia de los hombres, dejando un rastro de cadáveres en el camino, mordida por una serpiente que le cuesta un brazo. Su vida arruinada en su búsqueda de lo correcto. Destruida por la moral. Su historia negra como la realidad, pero merecedora de un Oscar.

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