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Acto de contrición

Si un observador externo analizara lo que ha sucedido en la política...

5 de mayo de 2012 Por: Óscar López Pulecio

Si un observador externo analizara lo que ha sucedido en la política del Valle del Cauca, anotaría dos cosas básicas: la primera, la polarización del mundo político entre buenos y malos, entre arcángeles y demonios, casi que entre blancos y negros; la segunda, el despilfarro de un gigantesco capital político, que dio dividendos mientras apoyó a terceros, pero que ha tenido una gran torpeza en el ejercicio del poder. La polarización es un tanto irónica porque todos los movimientos que se disputan la gobernación han utilizado mecanismos similares de trabajo: control de los contratos, de los nombramientos, de las maquinarias políticas municipales. Clientelismo rampante. La perversión del procedimiento en manos de un movimiento político muy exitoso es lo que hace ver a los demás como males menores, aunque hayan legitimado con su participación a las administraciones fallidas. Y el despilfarro del capital político es de no creerse. Primero, Juan Carlos Abadía un joven dirigente que hubiera podido protagonizar la renovación de la clase política regional, con un triunfo electoral que le hubiera permitido construir un equipo excepcional para el manejo del Departamento, cuya gestión se diluyó por pura falta de criterio y de prioridades de buen gobierno. Y luego, Héctor Fabio Useche, otro joven político cuya aparente competencia administrativa lo llevó a ser seleccionado como sucesor de Abadía, cuando en realidad había cometido sus mismos errores y no había tenido tampoco el criterio para enmendarlos. Es inevitable pensar que tras dos fracasos de esta magnitud y muchos reveses políticos regionales, un tercer candidato de ese grupo tenga menos posibilidades de ganar. Pero lo habrá y las tendrá porque esa es la naturaleza del juego político. Como lo es también aceptar las equivocaciones, barajar de nuevo, y no equivocarse otra vez. El mismo observador externo diría que si los movimientos políticos que postularon a Abadía y a Useche no quieren cometer un suicidio político, deberían apoyar a un candidato presentado por ellos o por otros, con una agenda de recuperación de la ética administrativa, de rescate de la Gobernación y sus organismos: la CVC, Acuavalle, la Industria de Licores, el Hospital Universitario (todos bajo su control), que pueda actuar con independencia de ellos mismos. Un candidato de esa naturaleza podría reunir el difícil consenso que se está buscando. Ese acto público de contrición sería la única manera de enmendar la plana y contribuir con un debate electoral de altura. Sería también de desear que los partidos de la coalición de gobierno logren presentar un solo candidato y que éste sea alguien que represente algún sentido de renovación, no de nuevo la apoteosis de la clase política tradicional. Pero no es probable que suceda, dado que la elección de Gobernador es un enfrentamiento de maquinarias políticas regionales, no del voto de opinión y en la Unidad Nacional las cartas están marcadas por los resultados de la última elección de gobernador. El tío Baltasar, muy de acuerdo con el observador externo, dice que lo interesante de las elecciones atípicas no es quién sea el candidato de la Unidad Nacional, que tiene nombre propio si se quieren ganar la elecciones, sino si la enorme maquinaria política que ha puesto los dos últimos gobernadores, maltrecha pero funcionando, es capaz de apoyar a un candidato independiente de la pura inercia de esa maquinaria, que acabe con la polarización y con el despilfarro del poder político.

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