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Las otras reformas tributarias

Aparte de las reformas tributarias nacionales, que han venido ocurriendo cada año para cubrir déficits, que rutinariamente resultan insuficientes e ineficientes, la última, regalo de navidad 2016, adornada por la falsa denominación “integral y estructural” pero que debió haber sido llamada “reposición” de la gastada ilusión petrolera (como el Ministro de Hacienda lo reconoció.

1 de agosto de 2017 Por: Ode Farouk Kattan

Aparte de las reformas tributarias nacionales, que han venido ocurriendo cada año para cubrir déficits, que rutinariamente resultan insuficientes e ineficientes, la última, regalo de navidad 2016, adornada por la falsa denominación “integral y estructural” pero que debió haber sido llamada “reposición” de la gastada ilusión petrolera (como el Ministro de Hacienda lo reconoció cuando le negó a los pensionados el ajuste del aporte en Salud) en Colombia ocurren diariamente reformitas, a veces reformotas, tributarias.

Estas son decretadas, a veces a la vista, a veces semiocultas, por parte del mismo Gobierno Nacional o por los gobiernos departamentales y municipales, en forma de cobros por toda y cualquier cosa con la que el Estado, en sus varias formas, y utilizando figuras como tasas, sobretasas, estampillas y sellados, multas, permisos, etc., cuadra necesidades nacidas de la pesada, y por ello mala administración.

En Colombia el mismo ciudadano, con un solo ingreso fijo, (si lo tiene), el cual para obtener tiene que luchar contra las mentiras de bienestar y promesas de solución, tiene que sostener a tres gobiernos: el nacional, los departamentales y municipales, y a una múltiple burocracia que legisla por medio de decretos, resoluciones, circulares y a veces, a caprichos de los ‘reyezuelos’ de escritorio y ventanilla.

No menos agravante es el costo de los servicios vitales llamados “públicos”, que lo son solamente porque los manejan entidades sometidas a la politizada Administración Municipal, lo cual les da un carácter de casi impuesto, por la forma como se manejan.

Es un hecho conocido y ya reconocido que la última reforma tributaria “estructural” de 2016 es regresiva a morir, dado que pretende pasarle a la ciudadanía común y corriente el error de haber el Estado agigantado su tamaño con equivocadas políticas al tenor de un ingreso que resultó volátil. Y lo que se llama ahora “desaceleración” no es otra cosa que la consecuencia natural del reacomodo del sistema a la realidad. Y que la única “subida” que hay es acelerar la economía, quitándole los pesos muertos que se le agregaron durante la alegría, pero también corrigiendo errores como quitarle a la gente, tanto común y corriente como empresarial, la plata disponible para con ella dinamizar la economía poblacional, que es la que sostiene a la economía fiscal (la gubernamental) y no pretender que la economía fiscal sea la que sostenga a la poblacional, vicio que se genera cuando el trabajo productivo es demeritado ante el asistencialismo politiquero, engañoso medio para pasar de agache en las crisis.

Es también un hecho que los gobiernos están rebasados por los problemas, de toda índole y los quieren resolver sacándole plata a la ciudadanía, sin corresponder con una buena y eficiente dirección que le permita al aparato productivo generar el empleo con resultados económico sociales que conformen el círculo virtuoso del desarrollo, que para que lo sea, debe cobijar a todos y no a solamente a los gobiernos (nacional, departamentales y municipales) en permanente quiebra.