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Sonrisa presidencial

Entre los presidentes se ha puesto de moda sonreír frecuente y compulsivamente cuando aparecen en videos, discursos y entrevistas.

23 de noviembre de 2018 Por: Muni Jensen

Entre los presidentes se ha puesto de moda sonreír frecuente y compulsivamente cuando aparecen en videos, discursos y entrevistas. Quizás sea producto de la importancia de la televisión en la política en los últimos 60 años, o culpa de los asesores de comunicación que les recomiendan dar la impresión de cercanía, o simplemente de una tendencia mundial a mostrar buen ánimo y felicidad. Sin duda los presidentes de Estados Unidos son los pioneros de esta práctica. Basta con cerrar los ojos para imaginar la sonrisa de John F. Kennedy, Ronald Reagan, o George W. Bush, cada una con estilo y mensaje diferente detrás de la expresión.

Se dice que Franklin Roosevelt fue el primer presidente americano en sonreír, y se le atribuye a su carácter optimista y fuerte a pesar del dolor y las limitaciones del polio que había sufrido. Aunque en 1933 el país se recuperaba de una depresión económica, su gesto alegre desafió el clima nacional y se convirtió en símbolo de optimismo.

John F. Kennedy, aunque tomaba fuertes pastillas para el dolor que lo aquejó toda su vida, reflejó sex appeal, glamour y sofisticación en sus dientes blancos, y marcó una nueva era juvenil y fotogénica, mientras que mirando atrás Richard Nixon siempre parecía falso y deshonesto con su media sonrisa. Años después Ronald Reagan subrayó con su dentadura de Hollywood la frase famosa “Ha amanecido en América” y los votantes se sintieron optimistas, cercanos y comprendidos.

Clinton, como hábil vendedor callejero de ilusiones, y Obama puntualizando con sonrisa gradual una broma inteligente, utilizaron la herramienta con habilidad e intención. La expresión sarcástica de boca cerrada de Trump, o la falsa simpatía que exhibe en las fotos con jefes de Estado son evidencia de sus cambiantes emociones y motivo de innumerables memes en redes sociales.

En el resto del mundo los líderes sonríen menos, los socialistas más, y las mujeres demuestran ser más serias que los hombres, quizá para compensar una percepción de debilidad. Angela Merkel difícilmente levanta los rincones de sus labios, y el resto del tiempo frunce el ceño preocupada, o al menos muy ocupada. Teresa May, que tiene poco para celebrar en medio de las complejas batallas de negociación del Brexit, apenas mueve los labios para las fotos. A Macrón, siempre pendiente de su imagen, se le ven los visos de grandeza, y vanidad política y personal en la expresión, pero rara vez muestra los dientes. Rajoy en España parecía imperturbable, pero el actual mandatario Pedro Sánchez ríe tanto que parece entrenado por asesores americanos.

La derecha no suele ser alegre. Felipe González parecía más contento que José María Aznar. Bolsonaro en Brasil tiene mirada amenazante, Erdogan en Turquía da miedo, y Orban en Hungría parece siempre enojado. Entretanto, Evo Morales, Gustavo Petro, Lula y Maduro se ven más contentos. Mientras a las mujeres les enseñan los expertos que para ganar credibilidad deben esconder los dientes, y por eso solo los muestran en las fotos oficiales. Con excepción de Kirchner, las expresidentas Dilma, Michelle Bachelet y Laura Chinchilla intentaron durante sus mandatos reflejar gran sobriedad.

Es comprensible el deseo de los políticos de acercarse a sus votantes, a mostrar empatía, optimismo, esperanza. Pero a veces hay excesos en los entrenamientos de medios que reciben los presidentes. Sonreír al rendir cuentas, al abordar temas complejos, en momentos de dificultades económicas, de desorden público e inseguridad, parece desconectado e insensible. Y puede verse como falta de fuerza y liderazgo. En la delicada balanza entre transmitir poder de mando y cercanía, no se puede pecar a favor de la frivolidad. Los votantes no son tontos y reconocen una expresión estudiada, unos gestos corporales que parecen abiertos y afables, pero que esconden horas de práctica frente al espejo. No es fácil lograr un término perfecto, pero hay que recordar que la indignación, la fuerza y la contundencia son también herramientas efectivas para transmitir calma y confianza. En las palabras de Theodore Roosevelt, que gobernó Estados Unidos mucho antes de la televisión y no sonreía nunca: “El carácter es un factor igualmente decisivo en la vida del individuo y de las naciones”.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen