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Rusia: el falso superpoder

Los ciberataques a la infraestructura tecnológica de Estados Unidos descubren al primer país del mundo y lo obligan a la defensiva

12 de marzo de 2021 Por: Muni Jensen

Rusia se rompe desde adentro. El envenenamiento del líder opositor Alexei Navalny hace seis meses por parte del Kremlin generó una reacción mundial, pero más que nada, le dio un golpe el poder férreo de Vladimir Putin. El mundo no puede contra Putin, pero quizás el descontento de los jóvenes resulte más fuerte que las sanciones y castigos. Justo en esta semana, más de 45 países de Occidente, mayoritariamente europeos, denunciaron formalmente al régimen ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra. Mencionaron las acciones contra Navalny, y también la injusta y arbitraria detención de manifestantes que se echaron a la calle para apoyarlo. Putin califica como inconsecuentes estas quejas, y puede tener razón. Hasta ahora ha resultado de poco impacto el repudio global a sus tácticas de dictador.

No es la primera vez que la KGB recurre al envenenamiento para silenciar a sus críticos, ni es su única arma. El régimen, cada vez más represivo, sigue planeando ciberataques, asesinatos y persecusiones, desapariciones y encarcelamientos. Al crítico Vladimir Kara-Murza, periodista y ciudadano ruso-americano, lo envenenaron dos veces en Moscú. La lista es larga y las enérgicas reacciones mundiales tienen poco impacto en la popularidad de Vladimir Putin. Quizás el descontento interno termine por acelerar el cambio.

Recientemente estas tácticas han generado una protesta generalizada en varias ciudades rusas, y se han convertido en una fisura cada vez más grande en un gobierno que parecía invulnerable. Con linternas en mano, cogidos de la mano, miles de jóvenes de Minsk a Moscú han manifestado su rabia, enfrentándose a arrestos, golpizas y desapariciones, indicando el caso Navalny podría ser la pieza clave en el desmoronamiento de la Rusia de Putin.

El país lleva desde la Guerra Fría la marca de ‘superpoder’ en su solapa. Su temible ejército, especialmente sus fuerzas terrestres, su potencia e influencia geopolítica, y el liderazgo en temas como la conquista del espacio, del Ártico, y hoy de la vacunación, son sus medallas. Los ciberataques a la infraestructura tecnológica de Estados Unidos descubren al primer país del mundo y lo obligan a la defensiva. Las alianzas con Europa para megaproyectos de gas como el controvertido Nord Stream, preocupan a los aliados de la Otan. Las venias a China tambalean la balanza de Estados Unidos. La distribución de la vacuna Sputnik al mundo confirma el talento táctico de Putin y da honores a sus científicos.

Visto sin matices, Rusia es un país en crisis, ya no solo económica sino política. La pandemia ha empeorado aún más el desempleo, la calidad de vida y los ingresos de los ciudadanos, que hoy, según una reciente encuesta de Gallup, aseguran que sus vidas empeoraron marcadamente durante el último año. El pesimismo generalizado, sumado a la mayor contracción económica en más de diez años, golpean a Putin. La corrupción, la falta de confianza en el gobierno y el sistema judicial y la creciente represión alejan especialmente a los más jóvenes. Es muy posible que la caída de Putin se precipite no por el repudio internacional, ni por los castigos comerciales ni las cartas a la ONU, sino por el hartazgo de los jóvenes rusos.

Muchos han anticipado el final de la era de Putin, y se han equivocado. Rusia ha tenido la capacidad de mantener por más de veinte años y sin muchos méritos el título de superpoder, con una mezcla de represión, visión estratégica, y trampa. El mundo reacciona, pero no genera cambios. Joe Biden será el quinto presidente que se enfrenta al líder ruso, con nuevo tono y viejas amenazas. Pero serán los jóvenes en la calle los que finalmente arranquen la falsa medalla del poder y empiecen la reconstrucción política y económica lo que podría ser un gran país.
Sigue en Twitter @Muni_Jensen