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Lo que parece una epidemia de abuso sexual, pedofilia, y abuso de poder en la Iglesia Católica, a todo nivel y en todos los continentes, cada vez es más difícil de atribuir a “unas cuantas manzanas podridas”.

1 de septiembre de 2018 Por: Muni Jensen

El sábado pasado el obispo Carlo María Viganó, en una carta de 11 páginas publicada en National Catholic Register le pidió la renuncia al Papa Francisco. En esta carta, el antiguo Nuncio Apostólico, equivalente al Embajador del Vaticano en Washington, acusa al Papa de mal manejo de las acusaciones de abuso sexual contra el exarzobispo Theodore McCarrick, anterior cardenal de Washington.

Según Viganó, el Papa Francisco echó atrás unas sanciones contra McCarrick impuestas por su antecesor el Papa Benedicto en 2009, y que al llegar al poder en 2013, lejos de castigarlo, lo devolvió a sus labores como Cardenal Emérito y lo consultaba sobre sus nombramientos de alto nivel. Viganó, que nunca ha sido santo de la devoción del Papa, y que también tiene acusaciones de encubrimiento de abuso, se hizo famoso durante la visita de Papa a Washington por organizar, a manera de emboscada, un encuentro al Pontífice con la ultraconservadora Kim Davis, notaria que se negaba a darle licencias de matrimonio a las parejas gay, y que se convirtió en heroína de la extrema derecha republicana.

La Iglesia en Estados Unidos está en una profunda crisis. Parte del lío se centra en McCarrick, cuyas espeluznantes denuncias en su contra resultaron en su reciente retiro forzado al Colegio de Cardenales y pérdida de investidura, que por poco que parezca es el castigo más severo a un cardenal en la historia.

Simultáneamente, en un juzgado de Filadelfia surgieron los resultados de una investigación de abuso de menores en la que hay 300 sacerdotes implicados y más de 1000 víctimas, casi todas menores de edad. A este terreno movedizo llegó la carta de Viganó, a la cual el Papa no se ha referido salvo para decir que no dirá una sola palabra al respecto.

Detrás de esta crisis hay dos asuntos de fondo: el primero, lo que parece una epidemia de abuso sexual, pedofilia, y abuso de poder en la Iglesia Católica, a todo nivel y en todos los continentes, cada vez es más difícil de atribuir a “unas cuantas manzanas podridas”. La jerarquía de la Iglesia y todos los católicos, debemos asumir y analizar con seriedad y realismo esta situación. No debe haber excepciones en la denuncia y el castigo a quienes cometen estos crímenes horrorosos, y a quienes guardan silencio. Y se debe buscar la verdad sobre los implicados.

El segundo, que queda reflejado en la reacción a la carta de Viganó, es la fractura que existe en la Iglesia, entre los seguidores del Papa Francisco y sus detractores más conservadores.

Las posturas del Papa actual con respecto a la familia, a la comunidad gay, a la misión de la iglesia a favor de los pobres, sus críticas a las estructuras de poder y a las élites económicas, sus comentarios desenfadados sobre política, y su tono de tolerancia e inclusión lo han conectado con nuevas generaciones, y con los que por años se han sentido excluidos por la Iglesia.

Es verdad que el Papa Francisco, tan argentino y tan cercano, le ha dado un nuevo aire al mensaje de la Iglesia que ha encantado a católicos y no católicos. Pero también han levantado ampolla dentro del Vaticano y en otras estructuras de poder, que se sienten amenazados y dan luz a un creciente y público movimiento en su contra, muy orquestado desde Roma.

El Papa tiene muchos enemigos además de Viganó. Los obispos más conservadores, preocupados por lo que llaman una ‘guerra cultural’ desde el papado, luchan de la mano de las mismas plumas que ayudaron a Viganó a redactar su carta, y en coro con las voces de la derecha en Estados Unidos y otros países han aprovechado este escándalo para subir el volumen a sus críticas.

La crisis es moral, y es política, es un juego de poder y también una gran conspiración. Pero detrás de esta tormenta que apenas comienza, queda una pregunta y una reflexión: ¿Hasta qué nivel ha llegado encubrimiento al abuso sexual dentro de la Iglesia?

No se puede perder la verdad entre la maraña de la política, y se debe saber el alcance y castigar a los responsables del encubrimiento del acoso sexual, a todo nivel. Y ante todo, recordar que la Iglesia católica no es solo el Vaticano. Su pulmón es la multitud de feligreses que creen en los mensajes fundamentales de Jesús y las indispensables obras de caridad que se llevan a cabo en su nombre en todos los rincones del mundo.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen