El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

La reconquista del espacio

Después de varios meses de confinamiento, la idea de subirnos a un cohete espacial y dejar atrás el Covid, las cuarentenas, los decretos y reglamentos, las máscaras y precauciones suena atractiva.

19 de junio de 2020 Por: Muni Jensen

Después de varios meses de confinamiento, la idea de subirnos a un cohete espacial y dejar atrás el Covid, las cuarentenas, los decretos y reglamentos, las máscaras y precauciones suena atractiva. Lo novedoso es que en unos años este sueño puede volverse realidad, gracias a la nueva competencia por el espacio generada por nuevos países y empresas privadas como Virgin Galactic, Boeing y Tesla. La carrera por el espacio, que empezó después de la Guerra Fría entre las agencias estatales como la americana Nasa y su contraparte rusa Roscosmos, ahora se ha extendido. En plena pandemia, el SpaceX, nave diseñada por Elon Musk de Tesla, y con astronautas de la Nasa despertó la ilusión del mundo cuando llegó exitosamente a la Estación Espacial Internacional el mes pasado.

El deseo del ser humano de conquistar el más allá tiene connotaciones existenciales y poéticas, pero también es un asunto geopolítico. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, uno de los marcadores más evidentes de la competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética se dio en el campo espacial. Esta nueva dimensión se convirtió durante los siguientes veinte años en una cancha en la que cada lado quiso flexionar sus músculos tecnológicos, militares y económicos. La primera batalla la ganaron los rusos con Sputnik 1957, que marcó la primera vez que un artefacto espacial se lanzaba desde un potente misil. Como la discusión del momento era militar, el presidente americano Eisenhower reaccionó con la creación de la Nasa para la exploración estratégica del espacio. Lo que siguió fue un mano a mano político de años, empezando con Yuri Gagarin, el primer astronauta ruso, en 1961 y la exitosa campaña espacial del presidente John F. Kennedy que en 1969 puso un hombre en la luna y se declaró vencedor. Hace diez años, EE.UU., archivó su ambición espacial tras los accidentes de dos de sus naves, y empezó una colaboración curiosa y vergonzosa con los rusos, que los invitaron a viajar en sus naves. El SpaceX revivió el poderío americano y el entusiasmo general.

La conquista de Marte, la luna y los asteroides, y los viajes supersónicos son parte de la agenda no solo de los dos antiguos rivales, sino de países como India, Japón, China y los Emiratos Árabes y varias empresas globales. Mediante alianzas y nuevas tecnologías se han creado ambiciosos programas de investigación científica, climática, física, geológica, operaciones militares, y de búsqueda de vida extraterrestre.
Estos costosos proyectos, financiados en conjunto por gobiernos y por emprendedores visionarios y quizá oportunistas, han abierto nuevamente el telón universal de la exploración, pero también de los viajes de pasajeros por el lado comercial.

No está claro cuál es el objetivo de esta nueva conquista. Las motivaciones sin duda están amarradas al poder político y comercial, aunque no está tan claro el modelo de negocio en operaciones tan costosas y de alto riesgo ni el beneficio en la estructura del poder. Sin duda en un mundo que ya está colonizado e hiperpoblado, la expectativa de ampliar aún más las fronteras es tentador. Para los que tienen ambiciones militares, montar operaciones desde arriba resulta invaluable. La exploración del universo nace de la curiosidad humana del ‘más allá’ y se alimenta con posibles ventajas económicas y geoestratégicas. Es difícil justificar los altísimos costos con beneficios que parecen gaseosos. Pero el ser humano desde sus orígenes se ha dedicado a construir ilusiones, catedrales, monumentos, y obras de arte que buscan la inmortalidad.

Hoy, donde todo es simultáneamente urgente y frágil, el grandioso emprendimiento mundial de conquistar el espacio a un plazo que quizás trascienda las generaciones, es una genuina y noble aspiración, un mensaje fundamental de que somos más grandes, y a la vez más pequeños de lo que creemos.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen