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El racismo está de moda

En un país donde el presidente desde 2009 es un afroamericano que...

12 de diciembre de 2015 Por: Muni Jensen

En un país donde el presidente desde 2009 es un afroamericano que se llama Barack Hussein Obama, un candidato rubio, millonario, director de un ‘reality’, domina ahora mismo las encuestas diciendo cosas como que se les debe cerrar las puertas a todos los musulmanes porque representan una amenaza terrorista. Al otro lado del Atlántico, en el país de la “liberté, fraternité, egalité”, una mujer xenófoba y nacionalista, con un discurso de extrema derecha y que acaba de aplastar a sus rivales en la primera ronda de elecciones regionales, podría convertirse en la sucesora del presidente Francois Hollande.Donald Trump, precandidato republicano en Estados Unidos, y Marine le Pen, cabeza del partido extremista Frente National en Francia, son dos caras de la moneda del miedo y el desencanto, de la paranoia y del racismo sin complejos.El extravagante Trump lanzó su campaña presidencial en junio asegurando que los mexicanos que viajan a Estados Unidos son violadores y ladrones que se deben detener con un muro fronterizo. Poco después, ante un auditorio repleto de judíos estadounidenses, aseguró ser “un gran negociante, así como ustedes”. Trump ha insultado a las mujeres por su apariencia, a los discapacitados, a los asiáticos y los prisioneros de guerra, e incluso a la apacible población del estado de Iowa. En los periódicos independientes, los colegios de suburbio, los supermercados de pueblo, en las oficinas de los bancos y los bares de Nueva York se habla del fenómeno Trump con indignación y con asombro. Sin embargo, las reacciones más tangibles y asombrosas aparecen las encuestas de opinión: hoy Donald Trump dobla a sus contendores republicanos en los sondeos y aun los más escépticos empiezan a temer que este multimillonario boquisuelto, a quien algunos comparan con Mussolini y Adolfo Hitler, pueda representar a los republicanos en las presidenciales del 2016.A 6.000 kilómetros de distancia, sobresale la figura de Marine Le Pen, hija y heredera política del fundador del partido Frente Nacional y notable antisemita Jean-Marie Le Pen. Esta mujer, que predica la salida de su país de la Otan, de la zona euro y de la Organización Mundial del Comercio, y que enfrenta un juicio por incitar la violencia antimusulmana, no alcanza a esconder, detrás de su sonrisa fresca, de su encanto y su simpatía, las banderas del repudiable odio racial y el proteccionismo. Una vez más, los sondeos muestran el éxito de su mensaje: el 30% de los encuestados la prefieren por encima incluso del expresidente conservador Nicolás Sarkozy y del actual, el socialista Hollande.¿Qué explica la gran acogida del discurso racista de estos dos hábiles y carismáticos rubios? Es paradójico: en un mundo donde lo políticamente correcto y la apertura mental, la integración y la tolerancia se asocian con la modernidad y el progreso, los políticos que pregonan el miedo y la paranoia se perfilan como favoritos. Sin embargo, Trump y Marine Le Pen seducen a los que asocian el extremismo con la raza, a los que no quieren vecinos con piel de otro color, a los que piensan que atrincherados con un arma y un presidente que hable fuerte son menos vulnerables. O tal vez hay fatiga de los políticos de siempre, de la corrupción de siempre, de los discursos mentirosos de toda la vida, de promesas incumplidas y de empleos que se esfuman. Los votantes tienen la palabra.