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Bienvenido a Hong Kong

La semana pasada, los miles de viajeros que aterrizaron en el la terminal internacional del aeropuerto de Hong Kong, uno de los más movidos del mundo, tuvieron un singular recibimiento: miles de manifestantes pro-...

3 de agosto de 2019 Por: Muni Jensen

La semana pasada, los miles de viajeros que aterrizaron en la terminal internacional del aeropuerto de Hong Kong, uno de los más movidos del mundo, tuvieron un singular recibimiento: miles de manifestantes pro-democráticos, protestando la influencia de China en su territorio, se tomaron la terminal de salidas para enviar un mensaje contundente de independencia y democracia a los visitantes extranjeros. El descontento, que empezó en abril y escala cada semana, ha acumulado causas y adeptos, amenaza con desencadenar en violencia, y ha puesto a tambalear a su líder, Carrie Lam, ficha política de Beijing y la cara visible del lío. Padres y profesores, estudiantes y jueces, empresarios y juristas se encuentran en la calle pidiendo desencadenarse de la constante y creciente fuerza política que ejerce China.

La chispa que detonó esta crisis fue una ley de extradición, promovida por China y apoyada hace varios meses por la mandataria Lam, que permite que ciudadanos de Hong Kong y extranjeros detenidos en su territorio, sean extraditados y juzgados en China. La preocupación natural nace de la falta de garantías de la justicia de ese país, y del rechazo a dejar la suerte de su gente en manos de un país con flaco respeto por los derechos humanos, tribunales arbitrarios y nada transparentes.

La historia de Hong Kong es de por sí compleja. Este territorio, que vivió durante 156 años como colonia británica, se independizó en 1997 cuando los ingleses devolvieron su soberanía a China, creando una ‘Región Administrativa Especial’. Desde ese momento la sociedad se ha fragmentado en sus divergentes opiniones sobre la cercanía o distancia con Beijing. Hong Kong, dentro de esta cateogría especial, hoy es un centro financiero global dinámico y estable donde sus habitantes se consideran parte de una ciudad moderna e independiente. Pero en el fondo siguen siendo un apéndice de China, que ejerce a diario el poder político, económico, y ahora intenta el judicial. Su gente lo resiente cada vez más y pide distancia y libertad política de su padrino legal.

No es la primera vez que hay manifestaciones: las últimas, llamadas el Movimiento de los Paraguas, se llevaron a cabo en 2014 con otro detonante pero el mismo fondo pro-democrático. La diferencia es que hoy las consecuencias salen de las fronteras de China, para convertirse en una ficha más del tira y afloje entre Estados Unidos y China que repercute en todos los rincones del planeta.

En teoría, Estados Unidos apoyaría los actuales esfuerzos de libertad contra un gigante represivo como China, y habrían alentado a los manifestantes, que incluso usan como símbolo de su lucha la bandera americana. Pero la relación amor-odio de Trump con Xi Jin Ping ha generado dos reacciones interesantes. La primera es un sorprendente prudencia de la Casa Blanca, que se niega a tomar partido, haciendo únicamente llamados a la calma mediante cautas declaraciones e insípidas notas diplomáticas. Estados Unidos entiende bien que por encima de la guerra comercial, están en juego los intereses de las 1400 empresas americanas que operan en en su territorio, y el robusto intercambio comercial con Hong Kong. Una voz de aliento a los manifestantes se usaría como excusa fácil para una reacción represiva de Beijing, que no solo amplía la crisis, sino que compromete los intereses americanos.

Para China la maniobra política es sencilla y consiste en culpar sin argumentos a los Estados Unidos de incitar las protestas y agitar a los manifestantes. Esta acusación, que Estados Unidos ya ha negado rotundamente, podría convertirse en una excusa más para aumentar las tensiones entre estos dos polos económicos y políticos de la postguerra. El papel de la Casa Blanca en este conflicto y la capacidad de China de ampliar y distorsionarlo resulta tentador.

¿En qué terminará el asunto? Algunos pronostican violencia por medio de una intervención de las fuerzas del Ejército Popular chino, y ya se han publicado videos tenebrosos de sus ejercicios antimotines. Pero las voces más prudentes apuntan a que se diluyan las manifestaciones, se firmen acuerdos, y se escriba desde la terminal de llegadas del aeropuerto de Hong Kong otro capítulo en el manual de instrucciones del nuevo desorden mundial.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen