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País de miedo

En Cali es frecuente que las discusiones políticas pasen del furibismo recalcitrante,...

11 de julio de 2012 Por: Melba Escobar

En Cali es frecuente que las discusiones políticas pasen del furibismo recalcitrante, al discurso desesperanzador o revanchista. En medio de esta enorme polarización, que en realidad está viviendo el país entero, reina el “ojo por ojo, diente por diente”, sin respetar partidos, ideologías ni regiones. En uno de los países más desiguales del mundo, donde la pobreza se refriega cada día contra los excesos de la opulencia, no es extraño que la violencia se haya transformado en la principal problemática nacional. Tampoco es extraño que tengamos miedo. Los colombianos le tenemos miedo al secuestro, a la muerte, al bandolerismo, a perder la cosecha, la finca, la casa, el lote, la familia, la dignidad. Tenemos miedo a perder nuestro trabajo, a ser reclutados a la fuerza, a pisar una mina quiebra patas, o a que nos hagan el paseo millonario. Miedo a ser perseguidos, desplazados, pobres, a morir de hambre, a no poder acceder a un tratamiento médico, a la violación, al escarnio público, al atraco, a las vacunas, a la extorsión, al acoso. Del mismo modo, el miedo pasa a ser un factor determinante en las elecciones nacionales y regionales. El miedo compra votos, asesina candidatos, altera resultados. El miedo llama al miedo y tras él a la violencia. Y es así como después de ocho años de uribismo y mucho miedo, encontramos que el gobierno Santos tiene enormes vacíos. Ante la crisis, Uribe ataca y lanza un nuevo partido.Sin embargo, el zar del miedo, con su delirio, su convencimiento de ser ‘el elegido’, lanza un grito de guerra, transgrede el límite para desestabilizar la relación del Gobierno con el Ejército y la Policía, vuelve al ruedo para desacreditar en todos los flancos a Santos urdiendo nuevamente un discurso de violencia donde no hay nada nuevo pues es el de alguien que tiene miedo, muchísimo miedo, así ya no sepamos a qué le teme tanto, si a su trastorno de personalidad limítrofe, a su megalomanía o a su absoluta soledad en la ausencia de poder. Lo cierto es que el miedo es todo aquello que nos hace equivocarnos, es nuestra peor pesadilla. De izquierda o de derecha, el discurso del miedo siempre nos hará más violentos. Seguramente hay otras alternativas. Tiene que haberlas. Pero la realidad nacional no se arreglará milagrosamente ‘atrapando a los bandidos’ ni ‘dándolos de baja’. El problema es mucho más complicado. Lo triste es que en medio de la polarización, parece escapársenos todo aquello que se encuentra entre los dos extremos, aquello que va más allá del conflicto, las razones que en un principio nos llevaron a convertirnos en un país con miedo siguen estando ahí, y no desaparecieron con la Seguridad Democrática. La educación, el empleo, el desarrollo del campo, la salud, la vivienda, en fin, los temas que garantizan el estado de bienestar, no tienen una relación directa con la Seguridad. Sin embargo, si estos fuesen más efectivos, tanto el miedo, como la violencia disminuirían hasta casi desaparecer. En medio de los gritos de guerra, lanzados con vehemencia histérica por el zar del miedo, necesitamos conservar la calma y recordar que todos queremos la paz. La forma de llegar a ella no es el camino de la polarización que se ha vuelto a desatar como una fiebre de rabia. Basta leer los comentarios a las columnas de los diarios nacionales para darse cuenta de que la violencia no está solo en la selva.