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¿Líder espiritual o CEO?

El Papa renunció, como si fuera el Presidente de una multinacional. Esa...

6 de marzo de 2013 Por: Melba Escobar

El Papa renunció, como si fuera el Presidente de una multinacional. Esa es la primera cosa sorprendente, pues en teoría ese cargo es el resultado de un mandato divino. Así pues, Dios quiso que Ratzinger fuese su máxima autoridad en La Tierra, pero Ratzinger estuvo en desacuerdo. Desobedeció al altísimo. ¿No es eso un pecado terrible? El caso es que un Papa ultraconservador tuvo un gesto -quizá el único- bastante liberal al comportarse como cualquier mortal que decide cambiar de empleo o retirarse. Creo que está bien. Es honesto. Y ha sido la oportunidad para que se hable de la corrupción en el Vaticano, las peleas internas, los celos, las intrigas y contradicciones. Quizá por fin, se va a discutir lo que hay que discutir: ¿Cuál es la función del Papa? ¿Es un gerente? ¿Un líder espiritual? ¿Una mezcla entre ambos, algo así como un Dalai Lama cruzado con un Donald Trump? ¿Por qué tiene que ser explotado un anciano octogenario? ¿Esa también es la voluntad de Dios? ¿Y también lo es que estos señores usen ilustres títulos medievales como “su eminencia” y “su excelencia”? ¿Y que vistan trajes escandalosamente lujosos y anillos y estolas con hilos de oro? Siempre me ha confundido la perversa distancia entre el hombre que se sacrificó en la cruz, que andaba descalzo, cuidaba de los leprosos y sentía piedad por las prostitutas y los ciegos, y la figura del Papa y el Vaticano en general, con sus pomposas ceremonias, sus colores escandalosos, en fin, la parafernalia de su frivolidad excesiva en cada gesto, cada ritual. ¿Qué pasó con la compasión? ¿Con el perdón y la austeridad? La Iglesia se dividió después de Martín Lutero, precisamente porque para muchos esta esquizofrenia entre las Sagradas Escrituras, por un lado, y el catolicismo como una empresa piramidal que usa la caridad como fachada, por el otro, poco tenían en común. En síntesis, el protestantismo supo reconocer en su momento, como lo han hecho otras corrientes del cristianismo, que una cosa es la palabra y otra distinto lo que el Vaticano ha hecho de ella. Por esa razón, ahora que han vuelto los cardenales a Roma, que las visitas de los turistas a la Capilla Sixtina se han suspendido hasta nueva orden y que el Cónclave está a punto de comenzar, vale la pena decir que ojalá el nuevo Papa sea elegido no por una de las tantas facciones que quieren que se les protejan sus intereses, sino por quienes aspiran a una renovación. Eso implica aceptar los métodos anticonceptivos que usan millones de fieles; combatir con toda firmeza a los pederastas y hacer valer aquella frase de que “todos somos iguales ante los ojos de Dios”. Con ello me refiero a los homosexuales y por supuesto a las mujeres.Definitivamente, este contexto debería servirle a la Iglesia Católica para pensar en la manera como maneja la institución, pues a la mayoría de sus fieles no nos queda más remedio que beber la espiritualidad que necesita todo ser humano de otras fuentes, mientras le damos la espalda a una estructura más interesada en prohibir que en unir o inspirar. Ojalá cuando aparezca el humo blanco el mundo conozca a un Papa que nos recuerde los principios del cristianismo, más que el poder de su institución. Uno que se comporte como el líder espiritual que debe ser, más allá de sus dotes de CEO de una multinacional con sede en el Vaticano.