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La vida está en otra parte

Hace pocos días el Dane dio a conocer un informe que muestra...

13 de junio de 2012 Por: Melba Escobar

Hace pocos días el Dane dio a conocer un informe que muestra la distribución de la riqueza nacional entre los departamentos. Aparte del auge que han tenido las zonas ricas en petróleo y carbón, lo que más salta a la vista es la inmensa diferencia que hay entre unas regiones y otras. Dependiendo del sitio en que resida, un colombiano puede tener la posibilidad de progresar o estar condenado a la pobreza. Esa realidad hace que las ciudades más grandes sean vistas como una especie de tierra prometida. No es de extrañar que para el mototaxista que me transportó en Quibdó hace poco, la única solución para tener una vida digna sea vivir en la capital. Refiriéndose al Atrato dijo: “Unos cachacos vieron cómo está el río y dijeron que si fuese en Bogotá ya lo habrían limpiado. Aquí todos lo ensuciamos. Por eso quiero irme a donde no se roben la plata y la gente quiera cuidar sus cosas”.Más allá de que esta máxima responda a la realidad capitalina, al igual que él, son millones de colombianos los que ven en Bogotá a una ciudad pujante y llena de oportunidades. Desde la televisión, las revistas y la prensa, parece como si todo sucediera en el ombligo del país. Para quienes la padecemos a diario, congestionada, indolente y agresiva, esto está lejos de ser cierto. Sin embargo, sólo tenemos que viajar para entender que por más que la capital sea un caos, las condiciones son mejores que en la mayor parte de Colombia. Medellín y Cali también son privilegiadas, aunque tampoco se salvan del centralismo exacerbado, que obliga al país a programar cientos de vuelos diarios a Bogotá, donde se toman las decisiones, se cierran los negocios y se define buena parte de las políticas públicas que tendrán incidencia sobre el territorio nacional. Si bien la pobreza, el desempleo, la violencia, golpean a la capital del país, a la hora de comparar los indicadores con otras ciudades o departamentos, esta gana con distancia. Según un estudio hecho por la Cámara de Comercio, la pobreza extrema es del 4% -una tercera parte del promedio nacional- y la cobertura en educación del 99%. Empiezo a entender mejor al mototaxista de Quibdó. Muy posiblemente viviría mejor vendiendo frutas en una esquina del centro de la capital. Sus hijos tendrían acceso a educación de calidad, más posibilidades de recreación y esparcimiento, acceso a las mega bibliotecas públicas, a los conciertos en los parques, a los trueques de libros, a un mejor servicio de salud y de transporte. El problema es que no todo el país cabe en Bogotá, ni todo el Pacífico en Cali, ni todo el Urabá antioqueño en Medellín. Además, nadie tiene por qué abandonar su casa, su vida, su familia, para encontrar una forma de subsistencia. La educación, la salud, el trabajo, el bienestar social, son derechos que no tienen que venir limitados a unas coordenadas geográficas. Diversos expertos han sostenido que una de las fortalezas de Colombia es la de tener a su población mejor distribuida que la de otros países emergentes. Pero esa ventaja se puede perder si las oportunidades sólo están en unas pocas capitales que siguen atrayendo a miles de personas con promesas no cumplidas. Mientras ese desequilibrio no cambie, un millar de nuestros municipios quedarán relegados a ese tercer mundo que, entre más alejado se encuentra del centro, más condenado parece a la pobreza y al subdesarrollo.