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La negredumbre está de luto

“Nadie sabe tanto de comida del Pacífico”, se decía de él....

21 de enero de 2015 Por: Melba Escobar

“Nadie sabe tanto de comida del Pacífico”, se decía de él. Y también “Es un experto en música del Pacífico”. Sin embargo, no lo conocí por ninguna de las anteriores, lo conocí cuando hicimos la Biblioteca de Literatura Afrocolombiana, en el Ministerio de Cultura. “Si alguien conoce la literatura negra en Colombia es Germán Patiño”, escuché entonces. Me sorprendió pensar que la misma persona pudiese ser experta en áreas tan diversas. A estos se sumarían luego sus conocimientos en salsa, sus intereses políticos, para convertirlo en lo que a mi entender es un verdadero intelectual, un hombre como quedan muy pocos, lo que otro gran vallecaucano, Rodrigo Escobar Navia, llamara en su momento “un especialista en ideas generales”. No solo era riguroso en sus investigaciones, sino que estas saltaban de la academia a la vida, eran estudios vivientes que no se quedaban mirándose el ombligo. Germán Patiño hacía parte de esa extraña casta de hombres que parecen haber entendido algo esencial. No era un desangelado doctor con títulos acartonados, uno de esos que encuentra el placer en saber algo que otro no sabe, sino una persona que genuinamente pregunta porque le interesa, que encuentra un gozo en cada nuevo descubrimiento, un entusiasmo capaz de aportar un rayito de luz sobre un tema, un aspecto de la vida. En una entrevista que le hice hace un par de años, dijo: “Cali es la ‘Nueva York’ del Pacífico”; se crece en la segunda mitad del Siglo XX, en medio de las influencias de lo negro, indígena y mulato, de la llegada de inmigrantes extranjeros, la pasión por el tango y la milonga, músicas del desarraigo que luego vendrían seguidas por la salsa. Aquí conviven los bailes populares con el ballet clásico, la Orquesta Filarmónica con las músicas del Pacífico, la poesía de Helcías Martán Góngora con La María de Jorge Isaacs. La capital del Pacífico colombiano tiene sangre negra, sangre indígena, se viste de colores fuertes y le gusta la mezcla, los langostinos con salsa de chontaduro, el plátano maduro con chicharrón de cerdo, la música de Hugo Candelario, Chocquibtown, el rap, el reguetton de Aguablanca, la marimba de chonta, la flauta, el currulao y la chirimía”. Cualquiera de sus afirmaciones tenía una base histórica, pero eso no hacía que su conocimiento fuese solo enciclopédico: “Asómate a la cocina de cualquier restaurante aquí en Cali a ver si ves una cocinera que no sea negra”, decía el hombre que pasó su infancia en Brasil y que en una entrevista afirmó que “la vida sin farofa es difícil”. El Festival Petronio Álvarez, el premiado Fogón de Negros, una obra de arte donde pone en evidencia su afirmación: “La comida no es una mezcla de ingredientes sino el resultado de una relación entre seres humanos”, son muestras palpables de hasta qué punto Patiño no solo entendió su herencia negra, sino que amplificó el concepto acuñado por Rogelio Velásquez de “negredumbre” para referirse a una combinación entre muchedumbre y negritud, una unidad, donde las tierras, los rituales de celebración y muerte, así como las festividades profanas hacen parte de una identidad colectiva. Esa “negredumbre”, fue en la obra de Patiño una suerte de cordón umbilical que conecta al Pacífico. Su obra, ese cordón umbilical desenterrado, hoy respira en el Petronio Álvarez, en los platos de su Fogón de Negros, en la música de tambores y de marimbas que, cada vez más, pululan en Cali como estrellas en una noche oscura.