El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

Hace veinte años que tengo veinte años

Confieso que no siempre me ha gustado Serrat. Cuando era niña, estaba...

13 de abril de 2016 Por: Melba Escobar

Confieso que no siempre me ha gustado Serrat. Cuando era niña, estaba convencida de que era su voz (no las curvas de la carretera) lo que me producía nauseas en los viajes. El mismo cassette nos acompañaba siempre en vacaciones y el mismo mareo idéntico mientras papá conducía hacia Paipa, hacia Silvia (Cauca), o hacia la Costa Atlántica.Serrat y mareo fueron para mí la misma cosa durante mucho tiempo. Debía estar en mis veintes cuando empecé a cambiar de parecer. Ya para entonces sabía cuánto le gustaba a mi mamá, criada en Cataluña, y además cercana en su infancia al mismo Joan Manuel con quien compartían vecindad en los veranos de Sitges. Cuenta mi mamá que Serrat competía con mi tío por cuál de los dos era capaz de orinar más lejos. Lo hacían desde el balcón de la casa de mis abuelos en Sitges. Solía perder Serrat. Esta historia me la contó cuando era niña. Imaginar al dueño de esa voz, al compositor de esas letras melancólicas, profundas, a veces divertidas, orinando desde un balcón junto a mi tío, me parecía un misterio del espacio y del tiempo. El mismo misterio sentí que había ocurrido, esta vez conmigo como protagonista, cuando el pasado viernes me desperté con cuarenta años. Recordé entonces a Serrat en el último concierto que dio en Bogotá. Fue en el Jorge Eliécer Gaitán. Esta vez no me produjo mareo, al menos no el mismo mareo que me causaba a los cinco o seis años. Cuando cantó Ahora tengo veinte años, dijo que fue una canción con un éxito extraordinario, así que la siguió cantando durante mucho tiempo, hasta llegar a los cuarenta años. “Siendo catalán”, decía, “no iba yo a descartar una canción con la que me iba tan bien. Por eso la rehice: la llamé “Hace veinte años que tengo veinte años”. Y sigue: “Ahora ya no fue un himno juvenil, ahora fue un himno cuarentón”. Palabras más, palabras menos, Serrat continuó diciendo, “no hay gente que me produzca más ternura que los cuarentones. Tienen esta actitud de que se van a tomar el mundo, pero son tan frágiles y vulnerables. Recuerdan los veinte años como si hubieran sido ayer y, sin embargo, su juventud ha desaparecido irremediablemente. Son tan conscientes de esto, que se mueren de miedo”. Para ese momento del discurso, yo lloraba. Me parecía que me estaba hablando a mí solamente, que entendía con precisión mi angustia, esa desazón de decirle a los amigos “te acuerdas esa fiesta cuando…” y súbitamente recordar que esa fiesta fue hace veinte años, quizá dieciocho o diecisiete, y que todos hemos ido ganando kilos, perdiendo el pelo, reacomodando las aspiraciones, los anhelos, la definición de éxito y fracaso para sentir que la vida va por donde sea que debería ir, aunque nunca realmente hayamos conocido el puerto. Está sensación de estar en el alambre, en la cuerda floja entre la juventud y la madurez, pero solo yendo hacia delante y echando la vista atrás con melancolía y con inseguridad, nos hacen inseguros, tal vez tiernos, como dice Serrat, aunque insisto, el hablaba de cuarentones y yo sigo estando segura de que me hablaba a mí y solamente a mí. Pasaron veinte años en los que Serrat siguió cantando “Hace veinte años que tengo veinte años”, hasta que volvió a rehacer la letra, esta vez para cantar “hace veinte años digo que hace veinte años tuve veinte años”. Y yo pienso, quizá es el mismo niño que alguna vez conoció mi mamá, dispuesto a jugar y a reírse del tiempo y de la vida. Quizá, a pesar del tiempo, somos los mismos.Sigue en Twitter @melbaes