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El derecho al voto en blanco

No temo la expropiación, como me dijeron algunos, tampoco soy una “uribista de closet”, ni mucho menos apoyo el paramilitarismo, como me espetó un seguidor de Petro llamando, de paso, paramilitar a Iván Duque.

5 de junio de 2018 Por: Melba Escobar

La mayoría de mis amigos y conocidos van a votar por Gustavo Petro. Supongo que quizá sería más cómodo, acaso más popular, irme por él. Sin embargo, aunque lo consideré, no conseguí convencerme de que su presidencia sería sin dudarlo mejor opción que la de Duque.

Entre una lista de razones que me alejan del candidato de izquierda, el maltrato de ciertos petristas frente a mi anuncio de votar en blanco, me ratifica en mi decisión. No temo la expropiación, como me dijeron algunos, tampoco soy una “uribista de closet”, ni mucho menos apoyo el paramilitarismo, como me espetó un seguidor de Petro llamando, de paso, paramilitar a Iván Duque.

Si no gana Petro, ya sabemos que habrá mil denuncias de fraude (con o sin fraude mediante), así como las habría si el ganador fuese el uribismo, para mí, una de tantas razones para no votar por ninguno de los dos. Un argumento constante es el de la paz. Sin embargo, no creo que Petro necesariamente ofrezca garantías para una continuación efectiva en la implementación del proceso. Primero, porque es un administrador bastante mediocre y, segundo, porque su postura alimenta la lucha de clases que va en contravía con una reconciliación como sociedad.

Creo, como dijo Guillermo Perry en días pasados, que ambos pueden poner en riesgo el Estado de derecho. Hasta hace poco tiempo Petro decía que empezaría su gobierno con una asamblea constituyente para hacer reformas al sistema de justicia, política, educación, salud, entre otros. Si bien la política es dinámica, sorprende que, seis meses más tarde, niegue lo que antes consideraba su primer punto de gobierno. A Chávez lo llamó en su momento “el modelo del líder global del Siglo XXI”.
Hoy en día es un férreo crítico de su proyecto. Eso me genera inquietud. Más aún porque ya fue alcalde de Bogotá y quienes habitamos la capital sabemos de su autocracia, su megalomanía y su gusto por aprobar leyes por decreto pasando por encima de los consensos.

Si bien el discurso de Petro me parece de lejos el más elocuente, honesto, moralmente superior, y sensible a un país donde los niveles de desigualdad son inhumanos, no veo facultades ni propuestas en él ni en su equipo para llevar su discurso a hechos concretos.

Si me concentro en las críticas a Petro, es quizá porque las que tengo frente a Duque se caen de su peso. Está Uribe tras él, eso debería bastar para descalificarlo. Si a eso se suman los desprestigiados partidos que lo apoyan, más personajes como Ordóñez, Cabal, José Obdulio en su equipo, entonces apague y vámonos. Duque representa la maquinaria política, la corrupción y la continuidad de un sistema abusivo que ya todos conocemos. Y, como si fuera poco, al igual que Petro, con su idea de la asamblea constituyente, podría estarnos llevando hacia un modelo totalitario si unificara las cortes, como planteó en algún momento. Una vez más, como siempre, los extremos se tocan.

Sé que Iván Duque le saca casi veinte puntos de diferencia a Gustavo Petro, tal que mi voto en blanco puede significar que Duque sea el próximo presidente. Si ocurre, no lo celebraré, como tampoco lo haría de llegar Petro a la Casa de Nariño. Sin más opciones de donde elegir, mi voto en blanco pretende ser un guiño al futuro, a una tercera vía, a la esperanza de un país menos polarizado, menos corrupto, menos adicto a los autoritarismos sembrados en un caudillismo que, sea de derecha o de izquierda, solo ha dejado desgracias en el país y la región.

Sigue en Twitter @melbaes