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“Voy a llamar a Palomino”

Es una pena que en un país de 48 millones de habitantes,...

5 de marzo de 2015 Por: Medardo Arias Satizábal

Es una pena que en un país de 48 millones de habitantes, todavía unos pocos ciudadanos piensan que esta es su finca, que están por encima de la Justicia y que pueden transgredir la ley porque son sobrinos de un expresidente, hijos de un alcalde, amantes de un parlamentario, nietos de un inspector de Policía.El video que acabamos de ver en el que aparece un sobrino del expresidente César Gaviria Trujillo, -el exmandatario aceptó inicialmente un parentesco- es vergonzoso. Un mozalbete borracho en la zona rosa de Bogotá, manotea a unos agentes de Policía, les rastrilla la madre, les dice malnacidos, les coge la cara como si fueran bebés y amenaza con “mandarlos al Chocó”; o sea, con trasladarlos. Los hace girar como modelos de pasarela, -una vueltica por favor-, para verles el número y poder así identificarlos y empacarlos, ya al amanecer, en una avioneta rumbo a Nuquí, al aeropuerto Mandinga de Condoto, o a Quibdó, para que se pudran ahí entre la negramenta y los elementos. No merecen más. En Bogotá sólo pueden operar policías que reconozcan a más de tres kilómetros al vástago, sobrino, nieto, primo, hermano o pariente de un cacao. Faltaba más.Al expresidente Gaviria le tocó salir a decir que el tipo no es tan pariente, que es por allá en el tercer grado, lo cual de paso le baja los humos en su círculo a este Gaviria envalentonado.El licor, un auto de alta gama, una abultada cuenta bancaria, una mujer bonita al lado, hacen que en las noches de fin de semana a muchos colombianos se les dispare el “chip de la soberbia”, el mismo que les indica de manera agazapada pero evidente, “estás fuera del planeta…”. Y claro, un susurro así robustece las endorfinas y hace que el colombiano acelere. La aguja se dispara más allá de los 100 kilómetros -el tipo se cree un James Bond- y viene entonces la moto policial que le da esa orden tan prosaica en medio de estos estados de hipnosis imperial: “Oríllese”, dice el agente, y ahí empieza la segunda del noveno, como en la canción de Rubén Blades. “Oríllese…”, este man con quién cree que está hablando, qué abuso, qué falta de respeto. El hombre busca detenerse y mientras desacelera, continúa repitiéndose, “oríllese”, qué tal, pero baja del auto con ademán patriótico, cual Ricaurte en San Mateo. Al ver que lo filman y tratan hacerlo soplar para medir su estado de alicoramiento, mientras otro lo conmina a exhibir los papeles, la tarjeta de propiedad, el Soat, la Revisión Tecnomecánica, el hombre, que hasta el momento ha estado guardando aire en el pecho, suelta una sentencia que los policías conocen ya de sobra: “¡Ustedes no saben quién soy yo…!”; aunque, para el caso, ni él mismo sabe de quién se trata, los agentes se miran entre sí con el gesto de haber detenido al hijo de la Madre Patria. El heredero del verdadero poporo Quimbaya empieza a repartir golpes; jab de derecha, jab de izquierda, golpes bajos, mientras la policía considera que es mejor llamar al Esmad, al tiempo que eluden lo golpes con destreza pugilística. Suenan los radios, ladran los perros, pitan los carros, suenan timbres, y en medio del alboroto se alcanza a escuchar otra sentencia que el delfín epónimo, honra y prez de la patria, protector de flora y fauna, ha estado reservando para el momento más crítico: “!Ustedes no saben con quién se metieron...!”, y ahí es Troya porque el hombre empieza a marcar en varios celulares para que se sienta al fin su poder omnímodo: “¡Voy a llamar a Palomino!”.En pocos días el asunto estará en el olvido, los policías paramunos en la canícula chocoana y el patriota en la tercera secretaría de alguna embajada en Asia. Yo se los dije; ustedes no saben con quién se metieron.

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