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Un Papa colombiano...

Si el Papa fuera colombiano, se agotarían las achiras en el...

14 de febrero de 2013 Por: Medardo Arias Satizábal

Si el Papa fuera colombiano, se agotarían las achiras en el Huila y las gallinas gordas en Corinto, pues aunque llevamos tempranos 30 años de ‘modernidad’, todavía somos un país de curitas privilegiados y vicarias protectoras de la iglesia.Soy uno de los pocos colombianos que tiene bendición papal. Me la trajo directamente de El Vaticano el obispo de Palmira, en un pergamino de letras doradas donde aparece mi nombre junto a Juan Pablo II con la mano derecha levantada en actitud santificadora. Quizá por ello me va tan bien en la vida. Pero, no nos digamos mentiras, no estamos preparados para un vicario de Cristo paramuno, paisa o tolimense. Un Papa colombiano sería un estorbo para el mandatario de turno. Colombia, nación de poderes centralizados, no resiste una opción de mando por encima del Palacio de Nariño. Un Papa deliberante, opinador, emisario de paz, conciliador, terminaría en breve como un segundo jefe de Estado, pues los colombianos escucharían más al papa que al presidente.En Italia han sabido manejar el asunto del poder de la iglesia incrustado en el Estado italiano. Una república dentro de otra, cada una con sus linderos, sus bancos, sus ministros, sus camarlengos.No es coincidencia saber que durante el papado de Benedicto, Alemania se consolidó como la gran potencia europea, el motor del viejo mundo. Se dirá que el pastor nada tuvo que ver con los dictados de Merkel, con la supremacía germana en estos tiempos de escasez, pero la Iglesia sabe cómo hace sus cosas.Si entre nosotros Gaviria fue promotor del despegue de Pereira y Risaralda hacia una Colombia moderna, responsabilidad que tenía con toda la nación, pero que no pudo ponerse al margen de los lazos fraternales que conlleva nacer en un lugar, puede colegirse lo que esto ocurre en macro, cuando las decisiones universales pasan por la Plaza de San Pedro.Un papa latino, africano, le pondría sandunga al Vaticano, eso que desde las mismas bases de la iglesia se reclama desde hace tiempo: liberalidad, tolerancia, debate al celibato, paso al sacerdocio femenino, mirada humanista y comprensiva a gays y lesbianas.El Papa Ratzinger, es menester decirlo, atrasó a la iglesia en un momento en que S.S. Wojtila, el papa polaco, la había puesto a tono con los más pobres, con los intransigentes, con las otras religiones. Wojtila bajó al lodo del mundo con una cruz a cuestas, pulverizó la doctrina comunista en su país, en Cuba, en Nicaragua, donde fue recibido como héroe.La ortodoxia de Benedicto XVI, su lenguaje arcaico, discursos conservadores, tono sentencioso delante de los musulmanes, el mismo que provocó incendios, lo llevaron, antes que el cansancio, a la incapacidad de ejercer un ministerio que requiere hoy más que nunca, flexibilidad, tolerancia, diálogo con las nuevas tribus urbanas y sus códigos.De otro lado, uno se pregunta si no es lícito -y humano- jubilarse a los 85 años, más cuando toca ser capitán de la ‘barca de Pedro’, ahora zangoloteada por las tempestades del proceloso mar del Siglo XXI.Sólo que el papado, con sus estrictas normas, es como el matrimonio católico: hasta la muerte, salvo en casos fortuitos, como ocurrió en 1415 con Gregorio XII, el último papa renunciante, protagonista del llamado Cisma de Occidente, en el que coincidió con otros dos papas: Benedicto XIII, papa de Avignon, y Juan XXIII, ‘el antipapa’. Con el concilio de Constanza, el emperador Segismundo obligó a dimitir a los tres pontífices; sólo Gregorio XII obedeció y lo sucedió Martín V.Que sea ahora africano o colombiano, alemán o italiano, pero que despierte a la iglesia del marasmo de los últimos años.

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