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Se acaban las mujeres

Mientras observo la desafiante belleza de Amparo Grisales, ahora como jurado de...

8 de septiembre de 2011 Por: Medardo Arias Satizábal

Mientras observo la desafiante belleza de Amparo Grisales, ahora como jurado de ‘Yo me llamo’, su cuerpo dorado y firme ya en los 50 –se da el lujo de no llevar brasier-, y después de escuchar algunos cantes flamencos, “esta es la calle del aire/ la calle del remolino/, donde se remolinea tu corazón con el mío”, recibo la infausta noticia de que se acabarán las mujeres.La voz sigue cantando: “Quién hará tu trabajo debajo de mi falda, la boca que era mía , de qué boca será… corazoncito herido en el combate con las entrañas… antes de que me quieras como se quiere a un gato, me largo con cualquiera que se parezca a ti”, todo esto en la radiola de Asomacho. A las tres de la tarde del jueves 20 de enero del año 5000 no habrá mujeres en el planeta, según la muy seria y responsable revista ‘The Economist’. No obstante la predicción de una canción muy popular en Colombia, según la cual “la cosecha de mujeres nunca se acaba”, es claro que conforme pasan los años, decrece el índice de natalidad femenina.Preocupante; aunque en el 5000 ya no estaremos, el panorama se ve desolador. “El hombre sin la mujer es como un marino sin goleta”, decía el filósofo puertorriqueño Ismael Rivera.O sea que la predicción ‘científica’ contradice aquello de que “los hombres se subirán a los árboles huyendo de las mujeres…”, una supuesta frase bíblica que no he hallado por ninguna parte. Ya casi culmino mi lectura juiciosa del Viejo Testamento, y no encuentro esta joya en ninguna página. Voy en Ezequiel.Preocupado, salí a la calle para constatar que las mujeres se están extinguiendo, pero, ¡oh sorpresa¡, comprobé que muy por el contrario, abundan más que nosotros. Al menos en Cali, donde superan anualmente en natalidad a los varones. Cada año nacen en Cali 4.500 niñas, en una proporción que preocupa, pues, de verdad, ¿quién podrá amarlas? Los varones estamos cada vez más escasos, y con la proliferación homosexual se acentúa esa sequía.Por lo anterior, recientemente, me uní al club que pretende volver a los viejos valores de la especie, -los que van quedando- para preservar un poco de los tiempos clásicos. Pagué mi afiliación a Asomacho, donde nos comportamos como en tiempos de Humphrey Bogart, es decir, con un Bourbon permanente en la diestra, al atardecer, y una displicencia, notoria, por los blandengues.En contra del enfisema, hemos vuelto a posar con un Lucky Strike, cinco letras, entre los dedos, y somos lacónicos de respuesta. En asuntos de mujeres, es mejor el silencio y un tosco desenfado. En cuestión de aromas, hemos vuelto al Vetiver y al Roger Gallet, y por la percha, elegimos corbatines y anillo con calavera.Dicen que el hábito no hace al monje, pero como he vuelto a cultivar una frondosa barba, encargué ya bigoteras y una navaja de arco para la rasurada. Varón que se respete, a la antigua usanza, usa brocha y navaja. Nada de cuchillitas desechables.En esto de acentuar la varonía no se deben escatimar esfuerzos. Acabo de vender el auto y ensillé bestia, para ir por la ciudad como a fines del Siglo XIX, en potro galopero, enjaezado como un andaluz.Es probable que se acaben las mujeres, pero la que trepó en un árbol siendo niña, para mirar el velorio de un pariente desde ahí, y contarles a los de abajo, en una novela de Faulkner, no desaparecerá, como tampoco se irá Juana de Arco, a caballo; Lady Godiva, Carla Bruni, Scarlett O´Hara, con su traje de cortinas verdes; Luz Casal con los ojos cerrados, mientras canta ‘Piensa en mí’. O Lola Flores, arrebatada en una zambra, cuando todavía los viejos puñales tiritaban bajo el polvo.

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