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Réquiem por el resígaro

Rosa Andrade Ocagane era la última hablante del resígaro y el ocaina,...

22 de diciembre de 2016 Por: Medardo Arias Satizábal

Rosa Andrade Ocagane era la última hablante del resígaro y el ocaina, dos de las lenguas indígenas del Amazonas, y ahora que se ha ido, la memoria de este pueblo sólo quedará en la voz del río, en el trino de los pájaros.Nunca pensé que me tocaría asistir a la muerte lenta del Planeta; he visto morir mares, ríos, y también he sido testigo de la extinción de frutas, crustáceos, animales, cosas.Del Mar Aral sólo queda hoy un yermo polvoso; el tigre dientes de sable ya no existe, como no existen las granadillas ‘de hueso’, verdes, de corteza dura y semillas jugosas. Existen en Cali pequeños sitios donde uno va a buscar frutas exóticas como quien visita un museo. Ahí el madroño, la piñuela, la chirimoya, la grosella y la pomarrosa, el corozo, el milpesos y el pepepán. ¿Hasta cuándo durará el mangostino?El cangrejo azul desaparece con la extinción de los manglares, y ahora está protegido. Llegaban a casa en canastos trenzados, entre hojas. El ajo y la cebolla roja acompañaban su carne entre el guiso de arroz de los carapachos, mientras mi abuela aceitaba hojas de plátano sobre una mesa para envolver este manjar.En el Pacífico mexicano abunda todavía y ahí se le llama ‘Mazunte’. La piangua nuestra llega hasta el Golfo de México, pero la almeja y el reculambay, un pequeño caracol al que Luis XIV hubiera ordenado varias odas, después de probarlo en su mesa, se ven hoy sólo en los mercadillos profundos del Pacífico, en la mesa de los pescadores.“De la tierra el carnero, y de la mar, el mero”, decían los peninsulares, pero el mero también escasea, como la corvina. En algunos restaurantes de Cali -no diré nombres- sirven un pez traído del Mekong, al que, en la carta, bautizan con los nobles nombres de mero y corvina.La zangara, el ‘pateburro’ -carne de caracol-, el atún y el marlín blanco, la chautiza y el corozo, los aguacates púrpuras, el banano manzano y el chifirí, ingresarán pronto en la enciclopedia de alimentos que desaparecieron en el turbión del tiempo.Nos comimos las tortugas y usamos su caparazón para hacer peinetas; acabamos también con las maderas preciosas del litoral, las mismas que hoy tienen precio de oro. El chachajo, el guayacán, el chaquiro -resistente al fuego-; el sajo, el otobo, el mangle, también se unen a esa letanía de responsos que va dejando la destrucción en nuestros bosques.Toda esta hecatombe la vio claramente el inolvidable obispo de Buenaventura, monseñor Gerardo Valencia Cano, como se recuerda en el libro que sobre su vida prepara José Manuel Cantero Recio. Al tiempo que el prelado fundaba colegios y abría espacios de inclusión para la juventud porteña, denunciaba -sin que nadie lo escuchara- la tala sin control del bosque húmedo del litoral, la pesca inmisericorde, la explotación obtusa de nuestros recursos.Ahora nos toca ser testigos de la muerte de las lenguas nativas; con Rosa Andrade se va no solo el resígaro, sino también la lengua ocaina, acontecimientos que nos aproximan cada vez más, a lo que Héctor Abad llamaría “El olvido que seremos…”.Hoy todos quieren hablar inglés, pero nadie se acuerda cuál era el nombre del amor en resígaro, cuáles eran las palabras que nombraban la aurora sobre los ríos silentes, en ocaina. La última que sabía decirlo fue asesinada en noviembre pasado en la comunidad de Nueva Esperanza, selva norte del Perú. Pérdida grande, también, para Colombia y Brasil. Con respecto a esta debacle, el diario El País de Madrid, anota: “La Dirección de Lenguas Indígenas del Ministerio de Cultura del Perú, se creó hace solo tres años. Desde 2012, su director, Agustín Panizo, ha capacitado y reconocido 305 intérpretes en 36 de los 47 idiomas indígenas hablados en Perú. Pero ninguno de ellos sabe resígaro…”.Sigue en Twitter @cabomarzo

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