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Liberen a Baltasar

Un juez de Huelva, España, acaba de absolver a Baltasar, el Rey...

15 de diciembre de 2011 Por: Medardo Arias Satizábal

Un juez de Huelva, España, acaba de absolver a Baltasar, el Rey Mago, que en el desfile del pasado 5 de enero, de manera involuntaria, le dañó el ojo a una dama, al arrojar un caramelo desde la carroza en la que era vivado por los niños.El ‘caramelazo’ ocupó a los diarios por varios meses, pues España no tenía ‘jurisdicción’ para absolver o condenar a alguien, cuyo verdadero origen “se discute desde hace más de 2.000 años…”. La providencia del juez evitó así que el próximo 6 de enero desfilaran sólo Melchor y Gaspar, mientras Baltasar, si no hubiera contado con la suerte absolutoria -el jurista declaró ser admirador de Baltasar desde niño- hubiera pasado en la guandoca, en esa fiesta que en España es tan grande como Navidad o Nochevieja.En adelante, se le recomienda al Rey Mago morocho, arrojar los caramelos con “su avena y con pitillo”, pues poner “demasiado ímpetu” en el acto de repartir estos dulces, puede acarrear accidentes tan graves como el que permitirá, infortunadamente, que la señora lleve un parche en el ojo como heroína de ‘Piratas del Caribe’.Cuando contraje nupcias, estuve a punto de ser herido también, por la ausencia de tacto de un invitado que además de llevar arroz a la iglesia -cosa que siempre agradecí- se apareció con bolsas de fríjol, lenteja y chachafrutos. El personaje en mención, profesor de Historia en Connecticut, quiso demostrar sus destrezas como ‘pitcher’, y lanzaba fríjol con una fuerza que hubiera querido Babe Ruth. Debí agacharme, prudentemente, pues entre la lluvia de pétalos de rosas, arroz y lenteja, venían los fríjoles como proyectiles. Un profesor uruguayo que presenció al frustrado pelotero, le aconsejó cometer esta ofrenda de manera leve, como debe ser; “llovidito, llovidito”, le decía, con suave acento sureño, para darle a entender que su actitud podía causar heridas a los contrayentes, amén de cancelación del ágape, anulación del contrato de la orquesta. Un desastre.Supe después que el de los fríjoles y chachafrutos no obraba en conciencia; como dicen en el Perú, se había “aliñado” previamente; es decir, tenía ya al menos media botella de ‘Ballantine´s’ entre pecho y espalda. Tenía guayabo de saber que uno de sus mejores amigos, socio y cómplice, abandonaba la soltería. Pero esta no es la manera de expresar un desencanto. Sus disparos estaban dirigidos directamente al pianista. Y ya sabemos que sin pianista no hay armonía, algo que conoce bien Mario Fernando Prado.El punto, decía, es que agradecí lo del arroz y otras ofrendas de alhóndiga, porque ya entonces los templos prohibían este rito, por considerar que “el grano arrojado a las puertas de una iglesia, puede causar trastornos digestivos a las aves...”.Pero me gustó porque escuché siempre que en la boda de mis padres arrojaron “arroz Guacarí”, un calilla excelso que de todos modos se les notó en la cima de la vida.En las últimas bodas a las que he asistido, lo que se aprueba hoy para dejar volar sobre la testa resuelta de los contrayentes, son pompas de jabón, las mismas que estallan con su levedad silente sobre suegras, pajecillos y parentela en general. El problema de la pompa es que tiene su metáfora, sobre todo en estos tiempos cuando tantas bodas son tocadas por el albur de lo efímero. Ya lo había dicho el poeta Antonio Machado: “Yo amo los mundos sutiles/ ingrávidos y gentiles/ como pompas de jabón… me gusta verlas pintarse, de sol y grana volar/ bajo el cielo azul temblar súbitamente/ y quebrarse…”.

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