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La música de las cosas

El trino de los pájaros en el balcón, el sonido del agua...

21 de junio de 2012 Por: Medardo Arias Satizábal

El trino de los pájaros en el balcón, el sonido del agua que corre por la canilla, el susurro del viento en la palmera, el goteo de la llave, el hervor de los garbanzos en la cocina, todo sonido le sirve al músico japonés Yosi Horikawa para componer piezas que asombran al mundo.“Hacer bailar a la gente es mover su corazón”, acaba de decir en el Festival Sónar de Barcelona. “Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando/fue mía la piadosa caricia de sus manos…”, cantaba Carlitos Gardel. Si a Yosi le hubiera tocado ese momento, quizá hubiera grabado en su poderoso estudio esa levedad del ojo cuando se cierra, la pestaña que roza el párpado cuando la muerte agazapada persigue a los despiertos en el carnaval del mundo.Cómo grabar “la piadosa caricia de sus manos”, por ejemplo, es un reto que tiene ahora Yosi, quien ama, entre todos los sonidos, el del agua: “Me gusta trabajar con el sonido del agua porque es sensible, sexy, frágil y fuerte. Se parece al ser humano”.No conozco a este nuevo poeta de la música, pero colijo que debe encantarle el tango. “A veces disfruto al escuchar sólo una voz, una guitarra…”, dice, y esta declaración lo afirma ya en el gusto por el tango original, el que no empleaba bandoneones; sólo voz y guitarra. La prensa española acaba de saludarlo así: “Yosi Horikawa responde al tópico de japonés tímido y poco dado a las alegrías para las entrevistas. Pero al empezar a hablar de música, de su música, Horikawa se abre como una flor primaveral. Echa mano de sonidos cotidianos, domésticos, de la naturaleza. Una batidora y el agua que corre pueden ser sus instrumentos. La etiqueta que le cuelga es la de hip hop instrumental. Es una de las perlas que Red Bull Academy, vivero de artistas, trae a este Festival Sónar, el festival de música avanzada de Barcelona, propuesta de música minimalista y sensorial, original, atmosférica y bailable...”.Usa los sonidos de la naturaleza, de lo que encuentra en la calle, en la domesticidad de la casa, en los bosques. Su propuesta me hace pensar en un escritor y filósofo chino que se llamó Lin Yutang, quien escribió un adorable libro llamado ‘La importancia de vivir’, donde enseñó cómo degustar a sorbos lentos una sopa de pollo, medicina para el alma. Yutang nos describe ahí ese instante en que la luz inaugura una mañana en el viejo puerto e Shangay, y se oye nítido el lloriquear de un bebé, y los cascos de unos caballos que “descienden por la calle de Yuyuen…”.“Yo me siento vivo con los recuerdos”, dice Horikawa. “A veces me sorprenden sonidos que vienen de la calle o de la cocina. Y los utilizo. También me gusta sorprender a los demás, se trata de compartir”. Ahora quiere experimentar con los ‘sonidos’ del amor y la tristeza. Si Yosi viniera a Cali enloquecería quizá en la composición de un concierto que transmita la caída -llovizna divina- de las flores en los guayacanes lilas y amarillos, las mismas que hacen un tapiz en las mañanas; perseguiría el tumbo de los mangos que caen en las noches y ruedan por los techos; el sonido de la cuchara cuando besa la pulpa de los aguacates, y ese bostezo sutil del azahar de la noche cuando echa al aire su néctar de embriagantes recuerdos. Su aguda grabadora perseguiría el sonido del río en las riberas del oeste, cuando el músculo duerme, y ese diálogo mañanero entre el pájaro fichofué y el cotorrear de los gallitos de roca.Hay una música, sin embargo, que nos saca del tibio sueño y nos devuelve la esperanza: el sonido de la cafetera cuando esparce su democrático aroma por toda la casa, junto al tintinear de pocillos en la cocina. Anuncio de otro bello día.

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