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La esquiva celebridad

Reconocer a un simulador no es difícil; es alguien que puede ...

9 de abril de 2015 Por: Medardo Arias Satizábal

Reconocer a un simulador no es difícil; es alguien que puede decir tranquilamente que Bernard Shaw era inglés, cuando hasta los niños de kínder, además de Mr. Google, saben que era irlandés.A punto de cumplir 59 años, me he vuelto experto en detectar la simulación “intelectual”. Reconozco, por ejemplo, a los que no leyeron a Chesterton antes de los 30 años, -tampoco lograron memorizar el Rin Rin Renacuajo-, pero son capaces de pontificar acerca de lo divino y lo humano, a partir de digresiones y ‘eruditas’ reflexiones tomadas de Internet.Claro, cada simulador tiene su propia tribu de tontarrones que aplauden como monos cada vez que el oráculo diserta, por ejemplo, acerca del budismo y los santos vivos, la física cuántica, la existencia de Dios, la literatura gaucha del Siglo XIX, o la inglesa.Existen tres cosas que son imposibles de simular: la pobreza -la prosperidad es demasiado notoria-, el origen y la sabiduría. Creo, por ejemplo, en esa cultura serena, sin pirotécnicas ni esfuerzos, de Jorge Luis Borges. Y no precisamente porque tuviera una abuela inglesa. Cuando el poeta se refería a Yeats, a Chesterton, a Stevenson, no tenía intención de descrestar calentanos. Sólo que un niño que no jugaba fútbol en la calle, ni conocía los potreros –sus referencias al mundo del malevaje son estéticas- sino que pasaba sus horas leyendo la Enciclopedia Británica, aprendió temprano a diferenciar un velero de un ‘clipper’, un carguero de un ‘tramp steamer’, un jeque de un rajá.Me produce risa leer a veces a poetas, novelistas o comentaristas de prensa que pretenden “escribir como Borges” o desean, íntimamente, ser algo así como el Cortázar criollo, el Foucault, la reencarnación de Camus o de Gabito. Es una pena pero creo que estos escribas no pasarán. Se les nota demasiado el plumero, el artificio, la vacua erudición. En la criba por hacerse a un estilo, juntan demasiados muertos, todos reconocibles. Ahí se pierde el buen salvaje que desea con ardentía ser escritor, desde el plagio y la simulación.Aceptar por ejemplo, que todos no pueden tener una abuela inglesa que de indicios de la coronación de la Reina Victoria; que el ensayo es un género que cultivaron con alguna fortuna Reyes, Baldomero Sanín Cano y Gutiérrez Girardot; que no es necesario viajar –como lo demostró Lezama Lima- pero vale la pena, de vez en cuando, asomarse a otros mundos; que las cosmogonías pueden ser entendidas a determinada edad, más con la lectura que con la escritura; que no es posible leer toda la buena literatura que se ha hecho en el mundo; que vale la pena ser humilde delante del conocimiento que no es posible aprehender; que Gabo fue solo uno y con él se fue ese universo irrepetible; y, sobre todo, saber que alguien nos observa, con mirada crítica y conoce todos nuestros trucos, todas las trampas del lenguaje, ayudaría mucho a los artistas cachorros.El escritor que inventa un galimatías de ‘cultas’ referencias, sólo se engaña así mismo, máxime cuando vivimos en plena era de la información. Conozco señoras que no tienen pretensiones literarias pero que hacen quedar mal a más de un charlatán, con una ‘tablet’ y Mr. Google a mano.Otro ejemplo de simulación y culteranismo se da en los foros al pie de estas columnas, donde algunos comentaristas fingen tener más información que el columnista y salen, cada semana, airosos, a ‘bajar de caña’ a otros que consideran ‘torpes’, ‘brutos’ o poco informados.El cuento de cortar y pegar de Google está en evidencia, hace mucho rato, pero, como en el cuento del soberano que iba desnudo por las calles, mientras todos alababan su traje, continúan en este homenaje cotidiano a la estupidez. A la estulticia.

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