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Elogio de la desnudez

El viejo sueño de ir por la calle vestidos sólo con la...

8 de mayo de 2014 Por: Medardo Arias Satizábal

El viejo sueño de ir por la calle vestidos sólo con la piel, ese traje tan justo y tan profundo al tiempo, sin que te lleven preso por quebrantar la moral, o por escándalo en la vía pública, es realidad hoy delante de la cámara del fotógrafo estadounidense Spencer Tunick, quien va por el mundo creando una especie de “Fraternidad del Enviringue”, una logia feliz en la que, por instantes, miles dicen sentir los calambres gozosos de la liberación, la alegría de estar cantando o alzando los brazos delante del Coliseo Romano, el Parque Forestal de Santiago de Chile, el Big-Ben de Londres o las calles de Nueva York, en física almendra. Pero, aunque Tunick ya escapó de ser linchado por sectas evangélicas cuando invitó a más de 4.000 chilenos a desnudarse junto a las riberas del río Mapocho, y algunos sectores conservadores del mundo empiezan a pensar que es una criatura maléfica, un mensajero del anti-Cristo, o un sinvergüenza portador de la Séptima Profecía, Tunick sí es de mundo. Vive en Brooklyn, con su novia, cerca a los jardines viejos que miran a la bahía y reciben en las noches el pito de los barcos. Si alguien quiere buscar parte del origen de su desinhibición visual, de su rara liturgia artística, debe entender que este fotógrafo nació en la decimotercera vuelta –la más arrebatada- que da el ojo el huracán cuando viene a engullir casas, vacas y hombres. Nació en 1967, en las Castkills, las montañas a una hora y media de la ciudad de Nueva York, en cuyo piedemonte está Woodstock, el lugar donde más de medio millón de jóvenes se reunieron para disfrutar de tres días de sexo, cannabis y rock and roll, al aire libre, entre el 15 y el 17 de agosto de 1969. Tunick contaba sólo tres años cuando fue arrullado por las notas de Jimmy Hendrix y Ravi Shankar, entre esa procesión multitudinaria que iba dejando su ropa por el camino, para despedir la década dorada. Nunca pudo desprenderse del murmullo de ese verano inolvidable. Las Castkills fueron asiento de una de las escuelas pictóricas más importantes de los Estados Unidos, la Escuela del Río Hudson, representada por varios de los más notables impresionistas de Norteamérica, inspirados en el naturalismo de Thoreau y Whitman. Alguna vez entrevisté en Nueva York a este fotógrafo que ha decidido poner al mundo en pelota, y me dijo: “Estoy convencido que el cuerpo es paisaje; casi siempre oculto, pero paisaje; lo que siempre nos muestran como simbólico en las ciudades, son torres, iglesias, edificios, parques, puentes, pero nunca nos permiten ver el paisaje verdadero de la ciudad, que es el cuerpo humano, los cuerpos de la gente que la habita. Creo que va a llegar el día en que puedan entender que el cuerpo es abstracción, libro abierto, topografía de múltiples lecturas”.Le inquirí: “Miles de mujeres desnudas han pasado por su lente; ¿en algún lugar de la tierra, alguna mujer lo ha hechizado, le ha hecho sentir una atracción fatal?”, y esta fue su respuesta: “Claro que sí, pero siempre pongo a un lado mis instintos, pues debo predicar con el ejemplo; creo que el cuerpo humano es maravilloso, y no específicamente un lugar de objeto sexual”.Cada fin de semana, cuando no está en algún lugar del planeta, retratando masivamente eso que denomina “la síntesis de la inocencia”, Tunick regresa a las Castkills, para ver correr el Hudson abajo, entre el cañón que semeja los pezones de la tierra.

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