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El perverso azar

El azar mortal merodea el mundo; cualquiera puede caer después de preparase un sanduche y salir a contemplar las primeras hojas del otoño, como en una película de Tarantino.

4 de septiembre de 2019 Por: Vicky Perea García

Hace casi cuatro años, un 7 de enero de 2015, se cometió en París uno de los crímenes de odio más repudiados de comienzos de siglo, cual fue el ataque a la redacción de la revista humorística ‘Charlie Hebdo’.

Al grito de ‘Allahu Akbar’, islamistas penetraron ahí y asesinaron a doce periodistas; once sobrevivieron, uno de ellos Philippe Lançon. El motivo tenía que ver con la representación caricaturesca de Alá en la portada de la revista, algo que para el Islam es anatema.

Francia ha tenido una larga tradición de periódicos y revistas de humor, una de ellas, quizá la más conocida, lleva el nombre de ‘El pato encadenado’ (Le Canard Enchaîné). El hecho conmocionó al mundo.

Corresponsal de guerra en Bagdad, recibió en París un baño de fuego que no conoció en la guerra. Uno de los disparos le voló parte de la mandíbula. Nueve meses en un hospital, 17 operaciones, lo llevaron a escribir el libro ‘El colgajo’, en Anagrama. Al respecto dice: “En mi caso, todo empezó en Bagdad. Proust habla del tiempo perdido, porque nunca bajó de la locomotora del tiempo, escribió desde la fluidez, desde el continuo. El atentado interrumpió mi mundo. Y después, nació un nuevo yo. No renací. Nací de nuevo”.

Su vida hoy hace pensar en las decenas de seres humanos que anualmente caen como moscas en colegios, calles y centros comerciales, víctimas del perverso azar que declaran los desequilibrados mentales.
Antes, el riesgo lo representaban los veteranos de guerra que de pronto disparaban en público, víctimas de la sicosis contraída en absurdos conflictos. Hoy, puede ser un adolescente de 14 años que un día se despierta, y en medio del desayuno con hojuelas decide que es el momento de aniquilar a los suyos. Otro, el enajenado que va a un supermercado con el propósito de “exterminar mexicanos” o los que entran en una iglesia bautista y rompen el ritmo místico del gospel con tableteo de ametralladoras. En el mundo están también los que penetran en mezquitas, masacran y suben las imágenes en las redes.

El azar mortal merodea el mundo; cualquiera puede caer después de preparase un sanduche y salir a contemplar las primeras hojas del otoño, como en una película de Tarantino. Es de esa ruleta infernal que habla hoy Lançon. El sol brilla para todos con el nuevo día, pero nadie tiene en su guion el encuentro con la pelona en los lugares más insospechados.

“Es una epidemia y se acabará. Ha ocurrido antes en la historia de la humanidad. Es como un virus que se adapta a cada país, pero que terminaremos por exterminar. Vivimos en el reino del odio y el desprecio”, dice Lançon.

Palabras muy duras, del mundo real, cuando se aproxima otro aniversario del dantesco septiembre de 2001. Acaso toda esa sangría, este deseo vindicativo contra la humanidad que se esconde en cada gatillero, venga de la refundación de ese nuevo mundo que nació entre las ruinas de Manhattan. Un nihilismo diferente al de los tiempos de posguerra, pero de todos modos un descreimiento que no reconoce la línea entre la vida y la muerte, entre lo que es ‘bueno’ y lo perverso.

Después del atentado, Lançon no se atrevía a subir al metro por miedo a encontrarse con un árabe: “Tenía la sensación de que se iba a hacer estallar o iba a empezar a disparar”. El País de Madrid le pregunta cómo luchó contra eso: “No bajarme. Todas las veces que subí y me encontré con un árabe, lo miraba y tenía la sensación de que él me miraba y que en cualquier momento iba a pasar cualquier cosa. Una vez oí a un miembro de la mafia hablar sobre el miedo y decir que claro que tenía miedo, pero que también era valiente. Que no podías no serlo porque si no lo eras el miedo te devoraba. Ya no tengo miedo; vuelvo a ser libre”, dice quien regresó del infierno.

Sigue en Twitter @cabomarzo

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