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De luz y alegría

A partir de este noviembre empieza el retorno de centenares de caleños que viven en el exterior, de nacionales que aman estar aquí en esta época, y de extranjeros llamados por la fiesta de Cali

30 de octubre de 2019 Por: Vicky Perea García

Cuando el monorrítmico atabal resuena, junto a un carángano, salimos al balcón y vemos bailar al demonio con la viuda, para entender que se aproxima el fin de año, con su carga de alegría y muchas veces de tristeza.

Estos diablitos que bailan y agitan una bolsa de tela donde caen las monedas, bajaron inicialmente de los barrios altos de la ciudad, en tiempos coloniales, y reprodujeron aquí lo que don Ramón Menéndez Pidal llamaría “la flor de romances viejos”.

En la representación de la vida y la muerte, el ocaso del año, la alegría y la amargura de una viuda que llora lastimeramente, con un zurrón viejo en la panza, para acrecentar más la pena, va por la calle la vieja castellanidad que nos dejó barrios con patios andaluces -San Antonio, San Cayetano- y la alegría extremeña que canta en las ventanas y se desborda en diciembre en lo que fue inicialmente un carnaval.

Lo que hoy llamamos feria, fue carnaval en sus inicios, por al menos tres años, y se incubó en los salones del Club Colombia. A esas primeras carnestolendas y a los diablitos que anuncian diciembre, hace homenaje hoy Delirio con una puesta en escena que no solo trae un demonio fenomenal -Camilo Zamora- sino que pone a bailar en la calle a Carlos Paz junto a Jovita Feijóo y toda la comparsa al ritmo de evocadores tonos de chirimía.

Paz es un símbolo del baile caleño en el mundo; reproduce en su arte la percusión de la salsa; describe elipses, repica con la punta del pie al unísono del piano, la conga, la batería, como si fuera él mismo un músico al que le fue dado ‘tocar’ con su magia esta danza que ha sido aplaudida en todo el mundo.

Para mí resulta enaltecedor que la compañía Delirio haya decidido, junto a este espectáculo evocador que honra a la feria, extender a toda la temporada decembrina ‘El chachachá del diluvio’, la puesta en escena basada en mi novela premiada en España.

Para 2020 Andrea Buenaventura anuncia un montaje que hace homenaje al mestizaje vallecaucano, al blanco, al negro y al indio, las etnias que conforman hoy el potencial humano de un departamento que tiene todo para ser un paraíso turístico en Colombia.

Y el 6 de noviembre a las siete de la noche, Luz Adriana La Torre, quien ha dirigido ya ocho ferias con éxito desde Corfecali, por lo que podemos considerarla toda una heroína, presentará en el Coliseo del Pueblo el espectáculo Feria, Salsa y Pacífico, el gran concierto de lanzamiento de nuestra festividad anual que llega esta vez a su 62 aniversario.

Hoy, la feria está unida al espíritu de la caleñidad, de Colombia y el mundo. A partir de este noviembre empieza el retorno de centenares de caleños que viven en el exterior, de nacionales que aman estar aquí en esta época, y de extranjeros llamados por la fiesta de Cali, como atraídos por un rayo de luz y alegría.

Alguien me preguntaba una vez qué recuerdo de las viejas ferias, y fue inevitable hablar de la llegada de Ricardo Richie Ray al final de los 60, de la voz fresca de Ismael Miranda en la caseta contigua a las piscinas panamericanas, de un afiche que desperdigó Andrés Caicedo por la Calle Quinta, donde decía que “Richie Ray nos hace falta, porque no se trata de sufrir me tocó a mí en esta vida, sino de agúzate que te están velando…”.

Y claro, la apoteosis del Gran Combo de Puerto Rico, los festivales de orquestas en el estadio, el trote atlético de Óscar de León por la pista de tartán, antes de cada concierto, el coro en las tribunas para las canciones de La Misma Gente -Juanita Aé- y esa noche inolvidable de Celina con su hijo Reutilio, cuando miraba azorada a un estadio que apagaba su voz con el coro “¡Que viva Changó, que viva Changó, señores!”.

La ciudad entró ya en modo festivo; brilla con la rosa nacarada de Obatalá.

Sigue en Twitter @cabomarzo

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