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¡Auxilio, 20 de julio!

Por vivir más de doce años en los Estados Unidos, huí cada...

18 de julio de 2013 Por: Medardo Arias Satizábal

Por vivir más de doce años en los Estados Unidos, huí cada julio de las fiestas patrias. La peor, quizá, la de Nueva York, a la que, por ser verano, acuden connacionales de todos los resguardos, en gran alboroto, para beber aguardiente delante de una orquesta que canta ‘Carmen de Bolívar’ o ‘Colombia, patria querida’.Cuando me di cuenta que para asistir a estos eventos era menester ir disfrazado de colombiano, escurrí el bulto. Todo lo que aquí puede parecer mañé, lobo o ridículo, allá es genuino grito de patria; las ruanas en colores vernáculos, los sombreros vueltiaos, las manillas tricolores, el vaso, poporo o bototo colgado del cuello, para ingerir licor de caña, además de la exaltación, in extremis, de los acentos regionales, hicieron que cada vez que se aproximaba el 20 de julio, tomara una avión hacia Colombia. Uno se da cuenta que está en medio de colombianos reales cuando es despertado en el avión por una salva de aplausos. Eso indica que ya la nave tocó tierra.La lejana patria hace que en el exterior esos signos que identifican el lar nativo, sean exacerbados. Conozco connacionales cabales, serios, a los que les da por beber aguardiente en Nueva York, a la manera del año 30, como en la última derrota goda. Me cansé de ir a fiestas donde se hacía un intermedio para ver ‘La pelota de letras’ o hacer el ‘tour’ donde el colombiano emigrado ha tenido la buena idea de hacer un ‘basement’ temático, es decir, un sótano con toda la colección de balconcitos campesinos repletos de bifloras y heliconias, además de groserías de arrieros escritas en las paredes. O sea, un sitio ideal para almorzar ‘frisoles’ en callana, chicharrón de tres pisos, aguacate, huevo frito, carne en polvo y arroz…Da pena ver cómo en Estados Unidos se identifica la comida colombiana con la bandeja paisa. Era dispendioso explicarles que entre nosotros no todo era colesterol; un señor de Massachusetts me dijo una vez que la comida nuestra era algo “killer food”, o sea, ‘comida asesina’.Debí explicarles que venía de ‘otro’ país donde la dieta basada en el cerdo, no existe. Les hablé del guiso de jaiba en leche de coco, del encocao de piangua, del ‘red snaper soup’ (sancocho de pargo rojo), de la sopa de camarones, del carapacho de cangrejo, del filete de mero a la brasa con salsa de mariscos, de las lentejas con pescado ahumado… Claro, me miraban como a un extraterrestre. La costa del Pacífico no acaba de existir en Colombia; en New England no tienen ni idea dónde queda este lugar supuestamente pobre, donde se come como en la corte real de Tailandia. “Well, is very rich and wealthy jungle”, concluían. Una vez por poco me botan del suburbio donde vivía porque me dio por invitar colombianos para celebrar un 20 de julio, después de un recital de poesía. ¡Oh error! El piso de madera de aquella casa del siglo XVIII, fue arrasado por quienes, presa de emoción, empezaron no a bailar sino a zapatear cuando escucharon la melodía de un tal Celedón que alguien había traído: “¡Qué bonita es esta vida!..” gritaba el juglar, mientras de la cocina subía un fuerte olor a empanadas compradas en la profundidades de Queens. Tiraban restos de costilla y servilletas a la chimenea, y a otro le dio por abrir el piano para machacar las teclas. Ya al amanecer, había vasos rotos por el piso de la cocina, una pareja venida de Boston insistía en tirarse a la piscina, para ‘calmar el guayabo’, y otros, repetían que era tiempo de ‘boleros’, mientras los recién enamorados de la noche buscaban furtivamente las habitaciones de arriba.Juré no volver a hacer fiestas colombianas, y en cercanías del 20, llevé discretamente mi nacionalidad.

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