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Vacúnate pariente, vacúnate

Comenzamos con una dificultad muy seria: no había catálogos o manuales de uso en ninguna parte. Esto no lo amilanó y se consiguió la dirección de la fábrica que ahora queda en Inglaterra y les escribió solicitando dicho documento que llegó tres meses después y empezó la faena de la reparación en sesiones

21 de junio de 2021 Por: Mario Fernando Prado

Tengo un primo muy cercano que si hubiera querido estaría en la Nasa habida cuenta no solo sus conocimientos en electrónica y su permanente actualización, sino que sabe de todo incluso desarmar un tornillo y volverlo a armar. Nada absolutamente nada le queda grande, repara desde equipos de sonido, televisores y computadores, hasta unas máquinas tan sofisticadas que para volver a ponerlas a funcionar y él no tiene tiempo, deben traer a unos técnicos del otro lado del charco que le consultan acerca de los ajusten que deben hacerles.

El primo -que parece un profesor distraído- irriga generosamente sus conocimientos a personas modestas y se codea con ingenieros llenos de títulos y distinciones quienes le preguntan lo que deberían saber y que él atiende con esa gallardía payanesa que siempre le ha caracterizado.

Hace unos años adquirí un par de rocolas que estaban vueltas eme y tras varios intentos por arreglarlas, incluyendo llevadas a Medellín y Bogotá, quedaron cuál mueble viejo totalmente inservibles, hasta que retamos al primo para ver si sería capaz de poner a sonar la más antigua de todas, una joya Wurlitzer del año cuarenta lista para chatarrizar y él, campantemente dijo que se le medía al desafío porque le interesaba conocer la tecnología de ese aparato de la posguerra del 44.

Comenzamos con una dificultad muy seria: no había catálogos o manuales de uso en ninguna parte. Esto no lo amilanó y se consiguió la dirección de la fábrica que ahora queda en Inglaterra y les escribió solicitando dicho documento que llegó tres meses después y empezó la faena de la reparación en sesiones -que él llama- y que ya van como en 100.

En cada sesión desbarataba una a una las piezas de la rocola, labor que desarrollaba en medio de cuentos de grueso calibre y unas carcajadas insólitas -porque se sonríe de lo que nadie se ríe- y uno ni sabe si está mamando gallo o es en serio su particularísimo sentido del humor.

Pasaron los días, las semanas y los meses, la pandemia empató con el paro y la rocola seguía allí inconclusa. “Está de un tiro”, solía asegurarme mientras se ponía su uniforme de técnico convencido que por fin la Wurlitzer iba a sonar.

Pues bien, ese milagro ya sucedió: la rocola encendió sus luces multicolores y giratorias e inundó el recinto con el sonido de unas canciones decimonónicas provenientes de algunos discos rayados de 78 revoluciones. Más la dicha duró poco: a la tercera canción la rocola comenzó a echar humo y por poco se incendia a no ser por su inmediata intervención que sofocó el incipiente corto circuito. Ello ocasionó desandar lo andado, cambiar los cables chamuscados y volver a empezar al son de Begin the beguine de Cole Peter, disco que se salvó por obra de Dios y la Virgen santísima.

Hoy la culminación de la reconstrucción está parada porque cómo les parece que el pariente no se ha hecho vacunar y apenas nos enteramos el pasado fin de semana. El argumenta que el covid es obra del altísimo y que él escoge quién se contagia y quién no, idea por demás traída de los cabellos.

Inútiles han resultado todos mis argumentos para que lo chucen tanto a él como a su esposa y por tanto he decidido de manera unilateral suspender las sesiones finales hasta tanto no entre en razón. De no ser así, la rocola quedará a medio terminar y jamás la volveremos a escuchar porque para él puede más su fe que la ciencia.

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