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Impaciencia y agresividad

Yo no sé qué, pero algo hay que hacer para volver a la convivencia que alguna vez practicamos. Recuerdo las célebres campañas de Mockus que en su momento morigenaron las conductas violentas.

25 de enero de 2021 Por: Mario Fernando Prado

Tuvo toda la razón Gloria H. cuando, desde el inicio de esta pandemia que cambió nuestras vidas, predijo que el daño mental que iba a producir el confinamiento sería igual al virus mortal que cada día está más cerca de nuestras narices.

Pocas bolas se le pararon a esta psicóloga con quien rara vez estoy de acuerdo, pero ella insistió hasta la saciedad advirtiendo lo que se vendría pierna arriba y, casi un año después, hay que reconocer que tenía toda la razón y que, por culpa de no atender este llamado, ahí están las consecuencias.

Es de anotar que ese tema también lo trataron poco después sus colegas Carlos Climent y Lucía Nader, esta última reputada sexóloga. Pero el Gobierno, a través de su Ministerio de Salud no dijo ni mú -así como sucedió con la Ivermectina- y ahí estamos afrontando las consecuencias de lo uno y de lo otro.

Y es que la gente ha cambiado para mal, así algunas voces hablen de una nueva filosofía de vida. ¡Pura paja! Los traumas que las cuarentenas están dejando han llevado a las disputas familiares, a los ‘no me hallo’ desesperantes, a las angustias, a las neurastenias, al mal humor, al pesimismo, a la desesperanza, a las ansiedades, a la violencia y al suicidio.

Es que eso de presentir que hoy, mañana o pasado puede uno resultar infectado y puede morir en el intento de salvarse es muy tenaz por más tapabocas, distanciamientos, geles y alcoholes: al que le tocó, le tocó y punto.

Por otra parte, la avalancha de noticias sobre el crecimiento exponencial del virus con que abren los noticieros de radio y tv, los periódicos, las revistas y las irresponsables redes sociales, producen desasosiego y fatalismo y después de esas dosis terminamos ‘sicosiados’ todos con los síntomas del coronavirus: empezamos a moquear y a toser, nos duelen las articulaciones, sudamos frío, nos dan churrias y nos imaginamos que la parca nos va a llevar.

Mientras tanto, crece la impaciencia, aumenta la intolerancia y se desborda la agresividad. Miren no más lo que sucede en las calles. Demórese por ejemplo unos segundos en arrancar de inmediato cuando cambia el semáforo: le llueven los pitazos y los putazos. Y vaya revire, mínimo le sacan revólver o le golpean el carro. Conducir se volvió un riesgo total y cuando no son las motos trepadas en los andenes, andando en zigzag o en contravía, son los atarbanes y las atarbanas de las cuatro por cuatro adueñándose de los carriles.

Yo no sé qué, pero algo hay que hacer para volver a la convivencia que alguna vez practicamos. Recuerdo las célebres campañas de Mockus que en su momento morigenaron las conductas violentas.

Y esto deben hacerlo el gobierno central y los gobiernos locales. ¿Cuál se va a atrever a dar el primer paso? verán que los medios les van a hacer el eco porque no podemos seguir viviendo así y no es posible, como siempre sucede, que sean los muertos los que induzcan a tomar estas acciones.

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