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El doctor Mejía

Su partida me ha dejado una profunda e imborrable huella y unos recuerdos inolvidables, todos gratos, edificantes y alegres.

7 de enero de 2019 Por: Mario Fernando Prado

Un cáncer devastador le cogió tan de sorpresa que no pudo advertir a tiempo su mortal avance. Él, que practicó a lo largo de sus casi cincuenta años de ininterrumpida labor en los quirófanos, supo desde el momento en que le entregaron los resultados de los exámenes que le practicaron, que no había nada que hacer.

Lo discutió con los médicos colegas que lo atendieron e incluso con su hijo mayor, médico también y con su esposa -hoy jubilada de la Facultad de Medicina de la Universidad del Valle-. El diagnóstico llegó hasta un prestigioso Hospital de Nueva York en donde reside su otro hijo y la conclusión fue la misma.

Lógicamente, se plantearon varias alternativas para prolongarle la vida con cuanto adelanto y recursos existen para estos casos. Todo lo habido y por haber fue sopesado de manera serena y minuciosa y la conclusión fue la misma: la agresividad del tumor y su avanzado estado no dejaba esperanza alguna de salvación.

Totalmente consciente de ello tomó la dura pero sabia decisión de que no le hicieran nada. Con tantos casos que le tocó lidiar, bien sabía lo que le esperaba: un doloroso y cruel camino en menoscabo de su calidad de vida y por sobre todo de su entorno familiar que debería soportar ese dramático e inefable tránsito hacia la muerte.

Se recluyó entonces en una de las clínicas de la ciudad en donde respetaron su determinación y en menos de un mes dejó de existir este aquilatado cirujano que llegó a ser una leyenda en los quirófanos de urgencias. Salvó la vida de cientos de personas que llegaban prácticamente moribundas. Se recuerdan el caso de una persona que ingresó con cinco balazos y no la dejo morir y una exitosa intervención de apéndice que practicó en seis minutos, récord nunca después superado.

De pocos amigos y de carácter recio, no se andaba con rodeos. Sabía que una cosa era agradar y otra acertar y se fue siempre por lo segundo. Sin embargo ese temperamento pragmático le valió el respeto y la admiración del gremio médico que hoy lo recuerda con cariño y como ejemplo.

Como buen heredero de sus raíces paisas, formó una familia ejemplar alrededor de los más estrictos parámetros patriarcales de la moral y las buenas costumbres en donde no cabían atajos ni dobleces, predicando y practicando la rectitud y el culto a la verdad y a la solidaridad.

En los días previos a su fallecimiento tuvo el tiempo para repasar lo vivido con su compañera de los casi cincuenta años de matrimonio. Con sus dos hijos, sus cuatro nietos y las poquitas personas de quienes quiso despedirse y en sana paz de Dios expiró sin un quejido o un reproche, aceptando la ley de la vida.

Su partida me ha dejado una profunda e imborrable huella y unos recuerdos inolvidables, todos gratos, edificantes y alegres.

Pero lo más importante es su legado como médico social que fue, atendiendo por igual a todos los que necesitaron de su experiencia y experticia en los quirófanos, dejándonos además un reflexivo mensaje en torno a lo inútil que resulta alargar la vida a costa del deterioro del paciente y el sufrimiento de sus allegados.

El doctor Mejía como vivió, murió.

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