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El buen policía

En un país en el que los policías son objeto de toda suerte de acusaciones, unas con fundamento y otras por mínimas sospechas, resulta hasta deshonroso vincularse con una institución tan cuestionada y condenada por el grueso de la opinión pública.

16 de noviembre de 2020 Por: Mario Fernando Prado

En un país en el que los policías son objeto de toda suerte de acusaciones, unas con fundamento y otras por mínimas sospechas, resulta hasta deshonroso vincularse con una institución tan cuestionada y condenada por el grueso de la opinión pública.

No hay semana en que un agente del orden no sea noticia, o por abuso de poder o por corrupción o por mal comportamiento dentro o fuera de la institución. Y si se hace una encuesta para medir la aceptación o rechazo de quienes tienen la difícil tarea de velar por el orden público, de seguro ocuparían los primeros lugares en la desaprobación.

Y es que la gente no confía en la policía. Más que tenerle miedo, cree que es sobornable y que está muchas veces del lado de los delincuentes, frente a lo cual la institución no hace un necesario esfuerzo para cambiar esa imagen, que lesiona a los buenos policías, borrándose de tajo el concepto del policía de la cuadra que cuidaba a los niños, ayudaba a los ancianos y hacía respetar la vida, honra y bienes de los ciudadanos y que ahora en cambio les ven chateando por celulares o conversando entre ellos, mientras que a pocos metros atracan a una persona y ni cuenta se dan.

Por ello, llama la atención el desempeño de un policía que callada y eficientemente ha realizado una gran labor de manera ejemplar y ejemplarizante, rompiendo la percepción de ‘malas personas’ que desafortunadamente cobija a muchísimos de sus colegas.

Se trata del agente Lyn Jhonson Garzón, un auténtico sin tocayo digno del concurso que hiciera Pardo Llada hace varias décadas y que de seguro habría compartido honores con el ganador de entonces de nombre Metro Goldin Meyer Jaramillo.

Pues bien, desde que Lyn Johnson llegó a la inspección de policía -o como se llame ahora- del corregimiento de El Saladito, las situaciones de inseguridad mejoraron notablemente. Organizó el puñado de policías a su mando de manera expedita, acabó con la ‘perezocracia’ que evitaba acciones rápidas y eficaces, logró la aprehensión de muchos delincuentes y roba-gallinas, desmanteló una cadena de rateros que se estaba formando y logró asestar golpes contundentes contra la red de microtráfico que quiso burlar sus controles y pasarse por la faja los retenes, poniendo fin a una tierra de nadie en que se estaba convirtiendo este lugar.

Pero más allá del cumplimiento de su deber, Lyn Johnson se volvió el amigo de todos, practicando la ya casi olvidada función de la policía de servir a los demás, acudiendo de inmediato a las llamadas de quienes les buscaban para tareas tan disímiles como encontrar un perro extraviado, patrullar hasta altas horas de la noche o el amanecer, acudir cuando había un carro o sujeto sospechoso o hacer que le bajaran el volumen a quienes no dejaban dormir a los vecinos del sector.

Nos referimos a los varios cientos de personas que viven o tienen sus casas de campo en El Saladito, San Miguel, Nieves Arriba y Nieves Abajo, San Antonio, San Pablo y el kilómetro 18, que hoy lamentan su traslado porque a todos sin distinción alguna, les sirvió de manera amistosa y desinteresada, respondiendo siempre a sus llamadas de manera instantánea con la frase “Dios y Patria”.

Ojalá que su reemplazo, el Intendente José Óscar Niño siga los pasos de su antecesor, ese buen policía y mejor ser humano que es Lyn Johnson Garzón.

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