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Una lánguida despedida

De los discursos de instalación del Congreso el pasado 20 de julio,...

23 de julio de 2010 Por: María Elvira Bonilla

De los discursos de instalación del Congreso el pasado 20 de julio, que fue finalmente la despedida formal del presidente Uribe, no se sabe qué resultó más aburridor. Si la lectura, larguísima y llena de cifras y detalles, a la manera minuciosa de las listas de mercado, que hizo el Presidente de obras e inversiones en sus ocho años de gobierno, o el también eterno informe de gestión del verborraíco Javier Cáceres, como presidente saliente del Congreso. Se le olvidó, eso sí, pedirle disculpas al país por ese 30% de congresistas, el porcentaje que advirtió Mancuso en su momento, con vínculos con los paramilitares, de los cuales muchos se vieron obligados a retirarse, más de una docena de ellos están detenidos y otros tantos ya fueron condenados con penas hasta de 40 años, como la del barón sucreño Álvaro García Romero, quien, cínicamente, le heredó su cauda electoral a su hermana Teresita, quien forma parte del dizque renovado Congreso que se posesionó el pasado martes. El Presidente perdió una oportunidad única de enviarle al país un mensaje sustantivo, de fondo, de apuesta al futuro, sin espejo retrovisor. ¡Qué trabajo le da aceptar que el mundo y el país puedan avanzar sin él como piloto, sin que se avizore hecatombe alguna, como lo pronosticaban los furibistas de marras! Fue tan desafortunada su intervención, que en su hora y media de lectura no logró arrancarle ni un solo aplauso a sus amigos legisladores, quienes reaccionaron con alguna emotividad sólo en el momento del saludo a las Fuerzas Militares, cuando el Presidente, además, anunció su nuevo rol como cooperante del Ejército después del 7 de agosto. El presidente del Congreso, Javier Cáceres, contó, atropellado por la emoción y las palabras, que los padres de la Patria tramitaron más de 350 nuevas leyes en la legislatura que terminó. Lo dio como buena noticia, cuando lo que esconde es un hecho preocupante. Refleja la mediocridad con que se fabrican, que salen del horno como pan caliente, sin que la mayoría del país se entere; leyes dirigidas más a entrabar el funcionamiento del Estado que a afectar positivamente al país real, pero, lo más grave, leyes ‘llave en mano’, que muy seguramente responden exclusivamente a intereses sectoriales o regionales o incluso microscópicamente locales, que favorecen a muy pocos. Un congreso que se coronó campeón del clientelismo, de la transacción como norma de conducta y del ‘ tome y dame’ como comportamiento generalizado. Un congreso amañado, cómodo con sus mayorías, que deja en la memoria comportamientos tan bochornosos como el que protagonizó el ministro del Interior Fabio Valencia Cossio, en su afán por sacar a los trompicones, jugando con el reloj y el reglamento, la segunda reelección del presidente Uribe. Un congreso amangualado con el Ejecutivo, incapaz de cumplir con la obligación constitucional de ejercer control político, invisibilizado como poder representativo de la gente. La legislatura que marca diferencias será aún más abyecta y unanimista. La única novedad que se avecina, y para mal, serán las decenas de primíparos inexpertos que llegan, especialmente la camada del PIN, que muy seguramente se moverá entre el ridículo y la desvergüenza, para tragedia de Colombia.