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Sin mito patrio

El contraste con la celebración de la independencia en otros países, como Estados Unidos o Francia, que es a lo grande, con nuestro lánguido y tímido 7 de agosto, impacta.

8 de agosto de 2019 Por: María Elvira Bonilla

El contraste con la celebración de la independencia en otros países, como Estados Unidos o Francia, que es a lo grande, con nuestro lánguido y tímido 7 de agosto, impacta. Pero además es revelador de una tragedia mayor: la inexistencia de una identidad como Nación, como país.
El 7 de agosto pasa como un feriado más entre los cerca de 20 que tiene el calendario laboral colombiano. Una fecha tan desnaturalizada como otras celebraciones civiles y religiosas, que terminan trasladadas al lunes para completar los puentes por los que el exsenador conservador Raimundo Emiliani quiso llevarle turistas a su natal Cartagena. De allí que la celebración del bicentenario no fuera distinto.

Anunciada por el Presidente como una celebración mayor, terminó en una protocolaria feria de las medallas en el helado epicentro del Puente de Boyacá, cubierto de tarimas y pasarelas artificiales por las que desfilaron charreteras, condecorados y jóvenes que terminaron recitando trozos de textos de un guión deshilvanado. Además del Presidente y la vicepresidente con su consabido extenso discurso, tomaron el atril gobernantes menores con un existente vínculo con el relato que quería contarse con ocasión del Bicentenerio.

En el imaginario colectivo colombiano no está registrado el significado para nuestra vida como nación la liberación del control colonial español, cuya impronta cultural nos marcó para siempre. Visto en perspectiva, más en lo malo que en lo bueno. No tenemos como sociedad ni como país una valoración de la valerosa batalla librada por un puñado de guerreros descamisados, cuyos nombres han sido olvidados y que se jugaron la vida en un lejano páramo en un punto perdido de la Gran Colombia.

Una indolencia alimentada de una ignorancia creciente, especialmente entre las nuevas generaciones quienes han padecido la nefasta decisión del gobierno de César Gaviria en 1994, con el actual canciller Carlos Holmes Trujillo en el Ministerio de educación, de eliminar la asignatura de Historia de Colombia del pénsum escolar.

El evento de este miércoles en el Puente de Boyacá, no pudo ser más desangelado y pre-moderno, sin posibilidad alguna de conectarse con el país y generar entusiasmo o empatía con la celebración. Discursos grandilocuentes chapados a la antigua, largos y aburridos, acompañados de himnos y canciones ancladas en el pasado musical. Hasta el gran Yuri Buenaventura acompañado por un piano terminó acartonado con un poema-canción, solemne y ajeno a su música tan arraigada al Pacífico como universal.

Contrastó este ceremonioso encierro al aire libre de conmemoración del Bicentenario con la fiesta a la vida y a la alegría como Zipaquirá recibió a Egan Bernal. El joven campeón tuvo el acierto de pedir la no presencia de políticos ni gobernantes, con lo cual interpretó un sentir popular y se anotó un primer hit. Su algarabía tocó sentimientos auténticos, confirmando una vez más que a los colombianos solo nos unen los triunfos deportivos y que nuestra noción de héroe está asociada a los luchados triunfos deportivos y no a conquistas tan grandes como fue la de la liberación del control colonial español que podría ser un estímulo para pensar en grande, pero que parecería en realidad tenernos sin cuidado.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla