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Otra minoría ¡a respetar!

La defensa de las minorías ha ido dejando de ser una declaración...

9 de septiembre de 2016 Por: María Elvira Bonilla

La defensa de las minorías ha ido dejando de ser una declaración inocua para convertirse en una realidad social. La sociedad va poco a poco descubriendo la riqueza de la diversidad y en consecuencia, el imperativo de tolerar y respetar la diferencia. Avances fundamentales para convivir armónicamente sin que importen la diferencia de ideologías, pensamiento, comportamiento, gusto, aficiones. Mientras las opciones individuales o grupales no afecten el cuero social ser diferente a la mayoría no debería ser un inconveniente o ser un generador de conflictos insolubles.Le llegó la hora a grupos sociales que han soportado la marginalidad y la exclusión. Han vivido arrinconados incluso por regímenes autoritarios que los han perseguido impidiéndoles vidas tranquilas y dignas, como ha ocurrido con minorías sexuales -gays, lesbianas, trans-. Pero también aquellos grupos que han sobrevivido guerreando en la cotidianidad como sucede con las minorías étnicas –afros e indígenas-, y especialmente afros humillados con insultos, chistes racistas, agresiones violentas –como ocurrió con el muchacho que se atrevió a enfrentar al expresidente Uribe en Buenaventura). Están también los más vulnerables alejados de la posibilidad de ejercer plenamente sus derechos por limitaciones físicas o mentales. En fin, se va tomando consciencia de que nadie puede ejercer poder alguno para imponer verdades absolutas, ni acorralar, ni atacar aficiones o gustos y que en una sociedad democrática construida sobre el respeto, debía haber multiplicidad de espacios simplemente para dejar vivir.Y allí entro al tema de la tauromaquia, con su tradición centenaria, que ha dado para tratados, enciclopedia e historias, elevada en algunos casos a la catergoría del “arte del toreo”. Una afición tan arraigada en Colombia como para haber colocado las corridas de toros en el corazón de las Ferias decembrinas; un entretenimiento que ha dado para buena arquitectura con ejemplos memorables como la plaza de Ronda en España.El mismo entretenimiento vuelto anatema, perseguido hasta por el propio Estado como ocurrió en Bogotá con el alcalde Gustavo Petro, que aunque se frustró en su cometido consiguió congelar durante los cuatro años de su administración las corridas, dejando deteriorar la emblemática Plaza de La Santamaría. La fiesta de los toros se volvió un combustible inflamable del movimiento de defensa de los animales, los llamados animalistas y los antitaurinos que furiosamente enfrentan la afición y han logrado la prohibición en varias ciudades del mundo.Pero, y al final ¿cuál es el problema? Razón tienen los taurófilos en protestar y en considerarse minoría perseguida. Los han satanizado y vapuleado hasta endilgarles prácticas atroces. Mi amigo Kike Álvarez, tambor mayor entre los taurófilos, ganadero, criador de reses bravas en Paispamba, una bella tierra enclavada en las montañas del Cauca, me habló de esto, de las presiones y la intolerancia. Me hizo llegar un folleto: en Defensa de la corrida de toros con 50 argumentos frente a las críticas que circulan como un vox populi con la intención de aniquilar la Fiesta brava. Es convincente y debería ser leído, pero independiente de esto, el derecho a disfrutar del espectáculo es simplemente inalienable. Así de simple.Sigue en Twitter @elvira_bonilla