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Nos creíamos invencibles

La reflexión del padre Francisco de Roux en una nota publicada en la revista Semana sacude. Pone a pensar sobre lo mal que estábamos y cómo la fatalidad del coronavirus traerá cambios de fondo.

2 de abril de 2020 Por: María Elvira Bonilla

La reflexión del padre Francisco de Roux en una nota publicada en la revista Semana sacude. Pone a pensar sobre lo mal que estábamos y cómo la fatalidad del coronavirus traerá cambios de fondo.

Llama la atención el padre de Roux sobre el desborde de arrogancia y prepotencia generalizada al que se había llegado por el éxito individual, sin percatarse del entorno, de la suerte de los demás. Pero algo más, recuerda la prepotencia de la mayoría de los poderosos y cómo la mayoría de los gobernantes contemporáneos, acorralados ahora por la incontrolable epidemia, han sido miopes olvidando el sentido y la obligación que tienen de gobernar para el bien común sin narcisismo ni vanidades y no para el beneficio de unos pocos.

El padre de Roux destapa con crudeza un comportamiento que nos estaba arrojando al abismo, enceguecidos por un sentimiento sobrenatural de sentirnos los humanos omnipotentes y eternos. Esto dice: “Íbamos a cuadruplicar la producción mundial en las tres décadas siguientes. En 2021 tendríamos el mayor crecimiento en lo que va del siglo. Matábamos 2000 especies por año haciendo alarde de brutalidad. Habíamos establecido como moral que bueno es todo lo que aumenta el capital y malo lo que lo disminuye, y gobiernos y ejércitos cuidaban la plata pero no la felicidad. Se nos hizo normal que el diez por ciento más rico del mundo, Colombia incluida, se quedara cada año con el 90 por ciento del crecimiento del ingreso.

Escogimos líderes poderosos que dejaron de lado la verdad; y nos dimos a consumir cachivaches y fantasías y emociones que encontrábamos en Netflix, YouTube, Facebook, las celebridades y hasta pornografía de redes, donde metimos la cabeza como avestruces.

Pero de pronto la realidad llegó. El coronavirus nos sacó de la ilusión de ser dioses. Quedamos confundidos y humillados mirando subir las cifras reales de infestados y muertos. Y no sabemos qué hacer. No estamos definitivamente seguros nunca. En pocas décadas, todos nos habremos ido con o sin Covid-19. La aplanadora de la muerte empareja nuestras estúpidas apariencias.

‘Pallida mors aequo pulsat pede’. La pálida muerte pone su pie igual sobre todos. Y el día que llegue nadie se lleva nada. Nos vamos solos. Sin tarjetas de crédito, sin carro, sin casa. Iremos con lo que hemos sido en amor, amistad, verdad, compasión, y con lo que hemos sido en mentira, egoísmo, deshonestidad. Así enfrentaremos el misterio y nos recordará o rechazará la historia(…).

La vulnerabilidad nos lleva a incluir a los demás sin creernos superiores. Nos permite celebrar cada día como si fuera el último. Nos da el coraje ante el riesgo y la audacia de anunciar con alegría la esperanza en medio de las incertidumbres.

La vulnerabilidad llega para que los gobiernos entiendan qué es el Estado. La única institución que tenemos los ciudadanos para garantizar a todas y todos por igual, en las buenas y en las malas, las condiciones de la dignidad. Todos vulnerables”. Su reflexión continúa, lúcida…

Pero lo cierto es que muchos pensadores, desde distintos ángulos vaticinan que una vez superada la crisis, o al menos controlada la expansión loca de la pandemia, el mundo no volverá a ser el mismo. Y si somos capaces de entender la dimensión de lo ocurrido, el cambio sin duda, puede ser para mejor. Y hasta alentador en medio de esta oscura noche.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla