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Mucho evento, poco libro

Mucho evento y poco libro podría ser la conclusión de la jornada de la Feria del Libro de Bogotá.

5 de mayo de 2017 Por: María Elvira Bonilla

Mucho evento y poco libro podría ser la conclusión de la jornada de la Feria del Libro de Bogotá. Con una asistencia mayúscula y entusiasta, las conversaciones y debates entre autores y un sin números de presentaciones de todo tipo de publicaciones confirma el interés de la gente por escuchar, de disfrutar de la palabra como espectáculo. Un ejercicio social que ha probado un éxito infalible y que expresa el gusto por escuchar más que por leer.

La Feria de Bogotá -Filbo- fue el escenario para el estreno público de guerrilleros de las Farc que se acogieron al proceso de paz y están en camino de dejar las armas, como interlocutores en diferentes paneles… y hasta como músicos compartiendo tarimas en recintos reservados para el entretenimiento comercial. La curiosidad y el interés por escucharlos y confrontar a los recién llegados a la vida civil fue evidente, como también a los youtubers -con su palabrería y divertimento- que empiezan a emerger como los comunicadores masivos, sin que se sepa bien qué son: ¿Autores o entretenedores profesionales?

Lo que se vio fue una oferta monumental en más de un centenar de actividades para todos los gustos, en el que los grandes ausentes fueron los buenos libros. Las novedades literarias, de ficción y no - ficción que en realidad deberían ser los protagonistas de la Filbo y de todas las ferias del mundo, fueron muchas en cantidad pero más bien pobres en calidad. ¡Excusas anticipadas por las excepciones!, con lo cual la feria, a juzgar por estos diez días, ha sido un verdadero relumbrón.

Se han impuesto son los libros de ocasión, de coyuntura. Unas publicaciones derivadas de la información de actualidad en donde pesa poco la factura, la calidad de la escritura y en los que cuenta prioritariamente el tema y el autor, preferiblemente atados a una actualidad construida mediáticamente. Libros improvisados con técnicas eficaces y fáciles que terminan convertidos en publicaciones efímeras que lleva el viento.

La responsabilidad de las editoriales en esta escasez de producción de largo aliento es grande. Atrás quedaron los años en los que se apostaban a proyectos que el editor financiaba con anticipos robustos que les permitían a los escritores dedicarse a escribir. Los tiempos en que el editor era un guía de publicaciones de trascendencia. Un camino que permitía la profesionalización del oficio, con un resultado final: calidad.

La situación cambió desde cuando los grandes grupos editoriales, impersonales y negociantes, se tomaron en el mundo de los libros. Sobre los autores recae todo el peso. Llegan con sus manuscritos debajo del brazo, después de un esfuerzo personal, a someterse al ojo crítico de un lector contratado externamente. Si tiene la suerte de ser escogido, la editorial pone las condiciones: tiempos, tiraje, portada y cumple con imprimir, colocar el sello editorial y hasta allí. Los libros terminan abandonados a su suerte en el stand de alguna de las pocas librerías que sobreviven, casi todas estas en centros comerciales. El mercadeo se lo reservan sólo a unos escasos escritores de renombre, contados con la mano. De allí la admiración por quienes persisten tercamente en este oficio mayor: el de escribir y que se ponen aprueba en ferias de relumbrón como la Filbo.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla