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Los sin rostro

Escribo esta columna impactada. No puedo ser indolente así viva en la zona de confort urbana como la gran mayoría de colombianos. En el día de ayer fueron tres los jóvenes asesinados en pueblos lejanos, y en estos últimos diez días han sido trece.

5 de julio de 2018 Por: María Elvira Bonilla

Escribo esta columna impactada. No puedo ser indolente así viva en la zona de confort urbana como la gran mayoría de colombianos. En el día de ayer fueron tres los jóvenes asesinados en pueblos lejanos, y en estos últimos diez días han sido trece. Muchachos sobresalientes, líderes, comprometidos en alzar la voz en nombre de sus comunidades en regiones complicadas, donde la ilegalidad -sobretodo alrededor de la coca- galopa y el Estado sigue siendo el gran ausente.

En el pasado la justificación para asesinar líderes sociales a mansalva fue vincularlos siempre, aunque muchas veces de manera falsa, con las Farc. Así fue durante todos los años de la política de seguridad democrática en donde las redadas eran una práctica oficial, que se prestó para muchos señalamientos. Los paramilitares por su parte, con el pretexto disfrazado y con la complicidad de algunos miembros de las Fuerzas Militares y la justificación cobarde de sectores de la sociedad, asesinaron miles de personas bajo el nombre de campañas de limpieza social. Mucho de lo ocurrido se comenzará a despejar en los dos escenarios, a los que muchos les temen, el de la Comisión de la Verdad presidida por el padre Francisco De Roux y el de la JEP donde los responsables acudirán voluntariamente a declarar sobre los hechos, con lo cual se podrá despejar mucho del horror vivido.

Hace catorce meses la guerrilla de las Farc firmó un Acuerdo de paz con el Estado colombiano. No con un gobierno, con el Estado, y este fue ratificado por el Congreso y avalado por la Corte Constitucional. El pasado 27 de junio del 2017 los guerrilleros entregaron sus armas a las Naciones Unidas. Sin embargo en el último año desde la firma el 28 noviembre, 311 jóvenes -hombres y mujeres con arraigo rural- han sido asesinados, entre los cuales 80 habían permanecido en las zonas veredales donde se concentraron las Farc para iniciar su regreso a la vida civil. Enfatizo aquello de jóvenes porque es vergonzoso que una sociedad tolere esto.

Los muertos se volvieron estadísticas en Colombia, sin nombres, sin historias, sin rostro. Nadie reacciona. Nadie se estremece. Los alcaldes y gobernadores, los políticos locales que recurren a la gente a buscar votos en sus campañas no asisten a los entierros, no acompañan a los deudos; no reconocen a su gente. El Presidente en ejercicio no dice nada. El Presidente electo tampoco balbucea, ni siquiera promesas inútiles.

En el entretanto las redes sociales se convierten en el ring de enfrentamiento de odios desbocados. El Twitter donde la gente se expresa en vivo y en directo, sin filtro alguno, es un triste reflejo del alma humana en donde sale a la luz pública los sentimientos reprimidos que cuando se les da libertad se desbocan. Allí se expresa en toda su plenitud el espíritu de retaliación, de venganza, de recriminación hacia los otros; la amargura, las mentiras, las ofensas, las calumnias; los impulsos agresivos, la paranoia, la miseria que algunos de los dirigentes políticos no titubean en amplificar, con lo cual la distancia con un sueño de reconciliación y de futuro compartido cada vez es mayor.

Solo me queda preguntar: ¿Qué no nos está pasando como sociedad? ¿Qué enfermedad social nos tiene postrados, proyectándonos hacia un futuro desesperanzador?


Sigue en Twitter @elvira_bonilla