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La voz del pastor

El arzobispo coadjutor de Cali, monseñor Dario Monsalve, quien completa algo más...

9 de diciembre de 2011 Por: María Elvira Bonilla

El arzobispo coadjutor de Cali, monseñor Dario Monsalve, quien completa algo más de un año como, en la práctica, la cabeza de la Iglesia en la ciudad, ha resultado un hombre valiente, con voz propia. Como el asesinado monseñor Isaias Duarte Cancino, cuya presencia efímera se recuerda en Cali, que contrasta con el silencio solemne y señorial de monseñor Sarasti, que nunca sonaba ni tronaba, indolente con las conflictivas situaciones sociales y de crisis ética de Cali. Monseñor Monsalve habla claro. Pero además ha modernizado la comunicación de la iglesia con la comunidad y vive sintonizado con los temas del país y opina con independencia y criterio. Sus editoriales los titula ‘La voz del pastor’ porque en realidad actúa como tal. Como un pastor que orienta y guía desde una visión cristiana, así vaya en contravía del sentir general. Defiende la vida por encima de cualquier acto de guerra y por tanto no justifica el asesinato de nadie. No considera, y tiene razón, que hayan muertos buenos y muertos malos, que los rescates militares son una ruleta rusa sin sentido y cuestionó el final del comandante de las Farc Alfonso Cano. Esto fue lo que dijo que tanto incomodó: “La infinita frustración que nos sigue dejando el manejo gubernamental de la situación de los secuestrados, enmarcándola en estrategias de debilitamiento y exterminio del adversario, hay que cambiarla por una esperanza cierta de libertad, centrando todo el interés, no en la guerrilla, sino en la vida de estos servidores del Estado y en el sufrimiento de sus familias. (…)  Centrar la atención en las víctimas y no en los victimarios es lo que debe hacer un Estado fortalecido y armado hasta los tuétanos de tecnología, cuya seguridad y estabilidad no corren ni el más mínimo riesgo por dar este paso. ¿Por qué no trajeron vivo, por ejemplo, a Alfonso Cano, cuando se dieron todas las condiciones de desproporción absoluta y de sometimiento y reducción a cero de un hombre de más de sesenta años, herido, ciego, sólo? ¿Por qué encapsular la lucha anti-guerrillera en ese marco de traer muertos a los cabecillas, sin agotar el marco ético de la no pena de muerte, de la captura como objetivo legal? Otro sería el escenario para los secuestrados y para las posibilidades de ponerle fin a este interminable y desastroso conflicto. Con todo respeto, invito al gobierno y a la sociedad a revisar si este esquema de “cortar la cabeza de la culebra”, ¿no está peligrosamente centrado en la relativización del homicidio –hay muertos buenos y muertos malos- y no en la primacía del derecho a la vida, en la primacía de la vida de nuestros secuestrados, en la primacía de “cerrar heridas y abrir puertas”? Relativizar el homicidio ha sido el cáncer de nuestra cultura incoherente frente a la vida humana”. Esta actitud y este pensamiento de monseñor Darío Monsalve, que están sustentados y alimentados de los más puros principios cristianos en una sociedad que muchas veces de manera hipócrita se dice cristiana, pero que cada individuo pisotea en función de sus conveniencias personales, no son fáciles de asimilar. Y menos en estos tiempos belicosos. Su voz es una voz solitaria, que conmueve y fustiga. Razón de más para tenerla en cuenta.