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La rectora y el joven suicida

La Justicia intervino en el caso de Sergio Urrego, un muchacho de...

26 de septiembre de 2014 Por: María Elvira Bonilla

La Justicia intervino en el caso de Sergio Urrego, un muchacho de 17 años quien, acorralado por la discriminación producto de su condición de homosexual, se lanzó de la terraza del Centro Comercial Titán Plaza de Bogotá. Las pruebas aportadas le permitieron concluir al Tribunal Administrativo de Cundinamarca que Azucena Castillo, la rectora del Colegio Gimnasio Castillo Campestre, había discriminado a Sergio por su orientación sexual. El Tribunal cita una carta donde la señora Castillo acusa a los padres del estudiante de no darle una orientación sexual adecuada, y habla despectivamente de la libertad de pensamiento y personalidad de Sergio. Los inculpa por haberle permitido acceder a “todo tipo de material” perjudicial para su edad, lo que, en opinión de la rectora, terminó “desviando su orientación sexual declarándose bisexual públicamente”. “Es evidente que el móvil [de la rectora] más que protector es discriminatorio”, concluye el Tribunal. La magistrada Carmen Alicia Rengifo Sanguino fue más allá y planteó que el Tribunal debió dar órdenes adicionales para proteger el “patrimonio moral” de la familia Urrego por que el estudiante fue tratado por el colegio como un ser “indeseable y simple” únicamente por no estar de acuerdo con su orientación sexual. El Tribunal exhorta al sector educativo a adecuar sus manuales de convivencia a las realidades sociales y los lineamientos jurisprudenciales del país.Pero ese no es el punto. Se trata de la cotidianidad de los niños y las niñas en los colegios donde profesores, profesoras, rectoras y rectores cumplen un rol fundamental de formación o de frustración. Sergio y posiblemente no es la excepción, tuvo la mala fortuna de dar con una rectora que no solo estaba en el lugar equivocado sino con una capacidad inusitada para entrometerse en la vida de los estudiantes y docentes del plantel educativo. Una rectora, como los hay muchas y muchos, que en vez de orientar, formar, dar ejemplo e inspirar, se ocupó de cercar, encerrar y perseguir hasta la desesperación, a un estudiante a quien desde el primer día irrespetó su condición particular de existencia. Sergio pertenecía a la Unión Libertaria Estudiantil. Era gay y expresaba con toda libertad sus preferencias sexuales, principalmente a través de redes sociales como Twitter, Facebook y Ask. Eran el lugar donde se desahogaba y protestaba ante todo aquello que no admitía, donde sus amigos y miles de seguidores pudieron conocerlo de verdad. Y donde debatía, argumentaba y buscaba espacios para poder existir tranquilamente de una manera diferente. Hasta que perdió la pelea. Y no pudo más. Premeditó su decisión y se despidió: “Adiós mundo cruel, te voy a dejar hoy. Adiós, Adiós, Adiós. Adiós a todos ustedes. No hay nada que puedan decir, para hacer cambiar mi mente. Adiós”, escribió en su perfil de Facebook.Difícil un fracaso mayor para un educador y un colegio que el desenlace de la vida de Sergio. Su decisión sacudió el estamento educativo del país, recordando como el oscurantismo y la intolerancia destruyen a la gente. La rectora no pudo haberse equivocado más mientras que Sergio dejó un testimonio de valor cuya semilla muy seguramente germinará.