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La desvencijada justicia

Escribo esta columna impactada por la condena de 17 años de...

18 de julio de 2014 Por: María Elvira Bonilla

Escribo esta columna impactada por la condena de 17 años de cárcel al ex ministro Andrés Felipe Arias. No comento. Pero una vez más la justicia colombiana desconcierta. Por sus desproporciones a la hora de absolver o en el momento de castigar. Desconcierta por sus bandazos tantas veces influidos por el ruido mediático. El confundidor ruido mediático. No se trata de generalizar pero la Fiscalía, el ente acusador no es tan asertiva como la sociedad lo necesita. Muchas veces, más de las que se quisiera, acusa con premura y sin pruebas, apoyada simplemente en las declaraciones de personajes que una vez aceptada su culpabilidad acuden al principio de oportunidad para buscar rebajas de penas a costa de testificar falazmente contra otros. Señalamientos verbales motivados por comportamientos egoístas para salvar el pellejo propio se convierten sin aportar pruebas en la munición contra los acusados que concluida la audiencia de acusación, terminan sin más, sin derecho a réplica o a pataleo, terminan en el bunker de la Fiscalía o algún centro de reclusión. Las detenciones preventiva es una decisión subjetiva del juez que considera quien o no es una amenaza contra la sociedad, argumento con el cual terminan las personas detenidas largamente hasta que las condenas queden en firme.No es extraño ver también a funcionarios de la fiscalía filtrando información a los medios de comunicación para afectar las decisiones finales de los jueces, que tampoco, y es triste decirlo, son ajenos a la presión que ejerce un titular de prensa, un micrófono, una imagen de televisión. Es triste y doloroso ver el ejercicio de la justicia convertido en un espectáculo de vanidades, de humillación, de poder sobre el otro como se ve cotidianamente en los juzgados del país.Y ni que decir de la Procuraduría. Esa macro entidad a donde se llega con el beneplácito de la contaminada clase política que no entiende lenguaje distinto al de las favores y las prebendas. La entidad encargada de juzgar las actuaciones de los funcionarios públicos, en cuyos corredores se respira la arrogancia y prepotencia del poder, acostumbrada ya a actuar con una discrecionalidad ofensiva, con una potestad mayúscula, a sabiendas de las limitaciones de quienes instruyen los casos.Triste panorama el de nuestra justicia que se percibe desequilibrada, politizada, atrapada en las polarizaciones y las pequeñas guerras personales, contaminada de resentimientos y frustraciones.Si los jueces. Aquellos a quienes la sociedad les confía el poder de dirimir sobre la validez de los comportamientos humanos y establezcan las responsabilidades de unos y otros en acciones execrables de la condición humana. Aquellos que tienen en sus manos la libertad de la gente, que es la vida misma. Que definen parámetros de comportamiento sin la autoridad moral para hacerlo. Son tantos pleitos en ciernes en un país que por el momento no ha sabido más que vivir en conflicto. Una justicia inexistente, con una institucionalidad desboronada, que deberá enfrentar los reclamos por las tierras arrasadas, las peticiones de los despojados, de los humildes, atropellados, de tantas voces silenciadas. Tantos víctimas y victimarios en décadas de horror que esperan una sentencia equilibrada que difícilmente va a llegar con esta desvencijada justicia.