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La cocina del demonio

La espaciosa Casa Blanca en Washington se presta para que cada pareja presidencial se organice a su manera para compensar las apariencias en que tienen que vivir desde el momento en que cruzan el gran portón.

3 de enero de 2019 Por: María Elvira Bonilla

La espaciosa Casa Blanca en Washington se presta para que cada pareja presidencial se organice a su manera para compensar las apariencias en que tienen que vivir desde el momento en que cruzan el gran portón. Donald Trump y Melania no son la excepción. Cada uno tiene su alcoba independiente y la de Trump es un mega espacio presidido por una televisión gigante que permanece casi todo el tiempo encendida y que maneja con varios controles. Una guarida en la que se aísla, a la que nadie tiene acceso y de donde salen la mayoría de sus trinos incendiarios. Sus asesores la llaman la cocina del demonio, queriendo significar que allí en solitario frente a la televisión, el presidente maquina aquello que luego traslada al Twitter, que Trump denomina “mi megáfono”. Los momentos de mayor irascibilidad en las horas finales del domingo, cuando de regreso de jugar golf, una rutina inmodificable, aterriza a la realidad con los noticieros y programas de debate político vespertinos cuyas críticas lo encienden con la furia de un Narciso herido.

Todo esto y mucho más lo narra Bob Woodward, el reconocido periodista norteamericano que se hizo famoso por el escándalo de Watergate, en su libro Miedo. A través de cientos de testimonios logró entrar al centro del poder de Trump y develar la tras escena de la Casa Blanca. El libro produce lo que anticipa el título: miedo. Pavor de estar a merced de este poderoso personaje que toma decisiones en caliente y al que sus asesores deben controlarle no las ideas sino las emociones, como a un niño caprichoso de berrinches al que no le calan argumentos ni reflexiones. Para tratar de atajarlo, los asesores lo embolatan para evitar que frecuente la televisión y tenga que enfrentarse a los noticieros críticos que tanto le encabritan; tiene las paredes cubiertas de cartulinas recordándole los compromisos de campaña; le empapelan los memorandos y le ajustan la agenda a su estado de ánimo que fluctúa de manera impredecible y que solo logra apaciguarlo el aplauso, el reconocimiento y la aceptación de sus bases, como el propio Trump llama a sus electores, para quienes gobierna.

Sí, resulta aterradora la ligereza con que anunció el retiro de Estados Unidos del acuerdo global para el medio ambiente de París o las decisiones de política internacional que las toma como si se tratara de un juego de Nintendo, sin medir consecuencias y con frecuencia movido por su hija Ivanka y su esposo Jared Kushner -un elemental pero exitoso empresario inmobiliario-, que son quienes le hablan al oído.

Y ni qué decir de la manera como quita y pone funcionarios. La ira descontrolada que terminó retirando del cargo al procurador Jeb Sessions, por haberse declarado impedido frente al expediente ruso, que terminó abriéndole la puerta al investigador independiente Robert Muller, lo único que en realidad le quita el sueño a Trump. Como buen Narciso, aquello que no logra controlar lo enloquece, haciendo de la Casa Blanca un caos de choque de trenes.

Con su libro, Bob Woodward desnuda las realidades personales, en el caso de Trump, mezquinas y precarias, además de las dinámicas que involucran asesores fríos con agendas propias que medran el poder y que terminan induciendo decisiones que afectan al mundo entero. ¡Una barbaridad!

Sigue en Twitter @elvira_bonilla