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El país que se fue

La despedida del rector Fernando Hinestrosa en su alma máter, el Externado,...

16 de marzo de 2012 Por: María Elvira Bonilla

La despedida del rector Fernando Hinestrosa en su alma máter, el Externado, fue conmovedora. Pero no sólo por el impacto emocional para los miles de asistentes a la cámara ardiente a darle un último adiós. Conmovió porque Hinestrosa demostró que las ideas transforman. Logró la proeza de influir en el país a través de ellas, de una visión coherente de vida y una postura ética. Actuó durante sus casi 50 años, que cumplía el año entrante, como rector con un propósito: ayudarle a encontrar a cada estudiante su camino. Y a respetárselo. Un maestro que no usaba la erudicción para imponer su autoridad, que persuadía con el ejemplo para compartir principios y valores fundamentales de vida. Cada año académico les daba la bienvenida a los primíparos que empezaban su aventura intelectual. Y lo hacía para estimularlos en el ejercicio de la duda, en la búsqueda de la verdad con honestidad. Exhortaba a pensar con independencia. En 1997, en un tiempo de confusión cuando la mafia avanzaba a punta de intimidación y miedo, con sangre y dinero, hacia la captura de la política, los negocios, la sociedad, Hinestrosa recibió con esta reflexión a sus alumnos: “¿Han pensado ustedes en cómo se formó Colombia, en cómo se vivía aquí antes de que se apoderaran de ella el consumismo, el derroche y la ostentación; antes de que abrumaran la violencia y la corrupción? Este era un país pobre, sus gentes llevaban una existencia ruda, vigorosa, de esfuerzo infatigable. No se privilegiaba la riqueza, sino el trabajo. Sus gentes, nuestros antepasados, vivieron sin ninguna pompa, cultivaron sí la limpieza, tanto la exterior como la interior. Tenían tiempo para leer, para cultivar su espíritu: los clásicos de la literatura, de la filosofía, de la política posiblemente les fueron más familiares de lo que les son a sus vástagos enriquecidos y ensoberbecidos.El Externado nació en ese ambiente, y así se ha conservado: aquí recordamos y honramos el temple de carácter, la inflexibilidad ética, la pulcritud, la tenacidad de los abuelos radicales, que ejercitaron el honor, las virtudes cívicas, las libertades públicas, el respeto al derecho ajeno. Principios y actitud que no se han eclipsado ni son obsoletos. Ellos jamás se acomodaron a los deseos de los oportunistas: se mantuvieron firmes, mirando con desprecio los deslizamientos y la piruetas de los cobardes; no contemporizaron con los compradores de conciencias, ni sucumbieron ante las amenazas y persecuciones: no anduvieron mendigando prestigio, o prodigando lisonjas y alabanzas falsas para bienquistarse con los poderosos. El mundo viene padeciendo la cultura de la abundancia, del consumismo, de los status symbols más ordinarios y elementales. La riqueza como la medida del valor de la persona, sin que importe cómo se consiguió y con desprecio de las condiciones intrínsecas del ser humano. El easy money. El dinero para la ostentación, para apabullar y humillar a los demás. Sean severos en la valoración de las conductas, comiencen por la propia. Sean tolerantes, si se quiere, indulgentes, pero sin caer en la condescendencia. Anteponer siempre la dignidad personal. Y adquirir y conservar autoridad moral”. Qué cerca me siento de este pensamiento, pero que lejos está el país de él.