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El otro apóstol cubano

En los tiempos de gloria, de arrogancia de gobernante único, nadie se...

22 de agosto de 2014 Por: María Elvira Bonilla

En los tiempos de gloria, de arrogancia de gobernante único, nadie se atrevía a plantársele a Fidel Castro. Y mucho menos a contradecirlo. Sus directrices eran monolíticas en los consejos de gobierno, y en ellas, hasta la crisis de los 90, pesaba la cartilla de la Unión Soviética que finalmente mandaba con el dinero y definía prioridades. ¡Y de qué manera! Influidos por el estilo pragmático y autoritario de un Stalinismo adornado de retórica antiburguesa de entonces surgió la propuesta de demoler La Habana Vieja, para reemplazar tan ecléctica como armónica y bella arquitectura habanera por bloques uniformes de edificios de vivienda en el peor estilo soviético. La decisión estaba casi tomada cuando en uno de los solemnes consejos de gobierno de 1979, un pequeño hombre, menudo y discreto pidió la palabra. Con la sencillez de los visionarios y la fuerza de su convicción se atrevió a contradecir a Fidel: comandante se cometería un irreparable error, le dijo. La sala se silenció mientras el hombre se creció en argumentos para defender no solo la preservación de La Habana Vieja sino su urgente restauración. Se trataba de Eusebio Leal, el historiador de la ciudad.Fue un acto heroico que no paró allí. Logró convencer a Castro, que le aprobó un presupuesto de un millón de dólares y el aval político necesario para iniciar la descomunal empresa que Leal denominó “la epopeya salvadora”. Como un apóstol formado en la tradición de José Martí, el historiador inició su campaña evangelizadora a contra corriente de unos políticos pragmáticos que desestimaban un empeño que a la postre se convirtió en una de las mayores fuentes de divisas de la maltrecha economía cubana, hasta lograr que el eco de sus palabras trascendiera la isla cuando en 1982 la Unesco declaró el Centro Histórico de La Habana patrimonio de la humanidad. Una decisión con un alcance proteccionista que además abrió las puertas a convenios internacionales de restauración, como en efecto sucedió. El caso de la recuperación de La Habana Vieja es un paradigma. Un ejercicio multidisciplinario que logró vencer la idea de que se trataba de un tema solo de arquitectos, o de historiadores, o de arqueólogos, para introducirle elementos de comunicación y actividades culturales pero sobre todo para entenderlo como un gran programa social que colocaba como eje central la reubicación progresiva de sus habitantes que habían convertido en inquilinatos inhumanos los antiguos edificios ocupados desde el triunfo de la revolución, cuando se promulgó la drástica ley de reforma urbana. No la aplastante lógica del mercado la que desplazó a la gente sino una decisión concertada que los llevó a trasladarse a viviendas nuevas construidas para albergarlos en otros sectores de la ciudad. 100 mil de las 300 mil personas que habitaban el centro dejaron los viejos edificios, con lo cual Leal ha podido liderar la recuperación arquitectónica de la tercera parte del área construida en el Siglo XIX y hasta finales de los años 40, convirtiéndola en una huella única del esplendor Caribe. Qué distinta habría sido la suerte de nuestras ciudades que se han quedado sin historia con apóstoles como Eusebio Leal cuya tenacidad marcó un camino.