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El encanto de lo pueblerino

Sin fanatismos feministas ni teorías de género, no se puede desconocer que...

18 de noviembre de 2016 Por: María Elvira Bonilla

Sin fanatismos feministas ni teorías de género, no se puede desconocer que las mujeres tenemos una manera de mirar el mundo distinta. Una herencia ancestral de silencios; una existencia casi siempre discreta formada en el arte de ceder espacios pero que al final, sin aspavientos, es el cimiento de las estructuras familiares y sociales que dan certezas y anclan a los seres humanos. Todo esto y mucho más se vuelve palpable en la película Jericó: el infinito vuelo de los días, de la directora paisa Catalina Mesa. Un film construido como un caleidoscopio de retratos íntimos de un ramillete de mujeres de un pueblo antiguo enclavado en las montañas antioqueñas, donde no pasa nada, como en la vida de ellas mismas cuya sabiduría se revela en la manera como asumen su existencia, su cotidianidad, con una autenticidad pasmosa que confirma aquello que de manera cliché pero precisa, se ha dado en llamar el espíritu femenino. Catalina Mesa logra captarlo con la cámara y a través de unas voces tan sencillas como profundas, cargadas de gestos y relatos de unas mujeres tan graciosas como trágicas que recrean realidades que pertenecen al mundo de ayer pero que siguen presentes, con las que cada quien se reconoce en la fuerza del inconsciente. La película remite al encanto de lo pueblerino, rural y deliciosamente colombiano. Una esencia que se asemeja a aquello que de manera magistral consigue recrear en sus cuentos la gran escritora canadiense Alice Munro, sorprendida con el premio Nobel de Literatura hace un par de años. Munro va, claro, mucho más lejos. Logra volver universales los tramas que teje en escenarios cotidianos que no son otra cosa que el encierro doméstico de una cocina, de una habitación, del cuarto de planchar, una estación de bus, un tren, una calle, donde ha transcurrido la existencia provinciana en su gélido país. Como ocurre con las mujeres de Jericó. Los de Munro son personajes humanos y simples, gente común y corriente, protagonistas de los temas de siempre: la amistad, el amor, el rencor, la infidelidad, la seducción, sentimientos triviales que definen la condición humana. Sus historias resultan de la observación de la angustia y la resignación, de la frustración y los momentos de alegría de tantos seres humanos que finalmente están destinados a caer en el olvido. “Porque la vida de cualquiera es suficientemente interesante si tu consigues captarla tal cual es, monótona, sencilla, increíble, insondable (…) Espero que mis relatos no resulten lúgubres pero es que la vida casi siempre es dura.” La suya es una literatura sin vanidad. Nació de una necesidad tardía de escribir después de diez años de encierro criando dos hijas y se volcó a relatar ese día a día de pequeñas tareas, muchas de las cuales no salen a la superficie ni transcienden las puertas de las casas. Una escritora que quiso preservarse del oropel y conservar la simplicidad de la provincia, donde los afectos mandan y la vida transcurre sin pretensiones. Transcurre. Como en Jericó donde la sabiduría queda plasmada en la manera como estas mujeres asumen el día a día, las pequeñas cosas que arman la vida, aquellas que finalmente tejen la memoria que queda cuando todo lo demás se olvida.Sigue en Twitter @elvira_bonilla