El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Artículo

El destape del Covid-19

La pandemia del coronavirus rondando la calle desde comienzos de marzo, un virus desbocado intentando contagiar al que se le atraviesa.

21 de mayo de 2020 Por: María Elvira Bonilla

La pandemia del coronavirus rondando la calle desde comienzos de marzo, un virus desbocado intentando contagiar al que se le atraviesa, frente a cuyo envión no existe alternativa distinta para atajarlo que el encierro masivo, ha puesto en evidencia los grandes abismos sociales, económicos y culturales que conviven en las ciudades de Colombia y en el mundo.

Esta pandemia ha puesto en evidencia la manera como viven arrumadas, en áreas densamente pobladas, muchas comunidades en los barrios urbanos; es una pandemia de ciudad del Siglo XXI. Y es ahí donde el coronavirus ha pegado más duro. El alto grado de densificación es una de las principales causas de la proliferación del contagio.

Las condiciones de vida son una variable imperativa en la propagación acelerada del virus. Sucedió en Nueva York, donde la multiplicación de contagios y fallecimientos no se dio en Manhattan donde los espacios, aunque estrechos, son mayoritariamente ocupados por una o dos personas, sino en los atestados suburbios de Queens y el Bronx, entre otros, sobrepoblados principalmente por latinos y afroamericanos.

Estas minorías pobres que se ocupan de los llamados trabajos básicos -barrida de calles, recolección de basura, carga, conductores, aseadores, porteros y celadores- que conviven en espacios pequeños, sumados a los miles de ancianos que vivían solos en residencias para la tercera edad, fueron quienes pusieron el mayor número de fallecidos en Nueva York -igual sucedió en Madrid y en el norte de Italia-. Debe además a esto sumársele, la pésima atención médica de las instituciones de salud en los barrios marginales de estas ciudades y la bajísima cobertura de servicios que en la mayoría de los casos están completamente privatizados. Nueva York y su opulencia es una burbuja que se le ha vendido al mundo al lado de la difícil supervivencia en condiciones de vida lamentables que el Covid-19 ha dejado al descubierto.

Pero igual sucede en Colombia. La señal de los trapos rojos que empezaron a aparecer con desesperación en ventanas y puertas de los barrios marginales para pedir respuesta a la necesidad urgente y primaria de un “tenemos hambre”, fue la primer señal, empezando la cuarentena, del problema social que ésta inevitablemente acarrearía. El 60% de los colombianos se ganan la vida en la calle, en el rebusque; consiguen los centavos para la comida en día a día y el mundo laboral formal sigue siendo precario y limitado con una gran cantidad de empresas sin condiciones para aguantar un frenazo de la economía. De allí que la cuarentena tal como la plantea el manual y que los gobernantes quisieran replicar de manera drástica como se dio en ciudades bajo regímenes autocráticos y con la supervivencia resuelta como Wuhan, resulta imposible de obedecer.

El cuadro de Cali no es diferente. El contagio y su crecimiento lento pero persistente está focalizado en las comunas que conforman el llamado Distrito de Aguablanca con barrios como Potrerogrande con grupos familiares extensos en construcciones de 50 mts cuadrados, donde la mezcla de densidad, pobreza y la tan particular cultura afro produce un coctel social explosivo que vuelve la cuarentena una instrucción retórica y que hace que el camino para adelante sea, por decir lo menos: culebrero.

Sigue en Twitter @elvira_bonilla