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El corcho en el remolino

De viaje hacia La Habana en labores periodísticas que no buscaban otra...

22 de julio de 2016 Por: María Elvira Bonilla

De viaje hacia La Habana en labores periodísticas que no buscaban otra cosa que conocer de primera mano, y no solo a través de boletines oficiales, el estado de las negociaciones del Gobierno y las Farc, me leí de un tirón el libro de Alfredo Molano ‘A lomo de mula, viaje al corazón de las Farc’. No podía ser más oportuno el momento para sumergirme en esos relatos llenos de color y fuerza testimonial, en ese estilo de reconstrucción oral que se remontan para dar cuenta de un pasado de conflictos sociales y políticos que está a la base de las negociaciones de paz que cumplen ya cuatro años. El libro no deja de ser muy revelador no solo para entender el origen de esa guerrilla que cumplió 50 años de presencia armada en el territorio, sino para reafirmar que la historia de Colombia ha sido como la de un corcho en un remolino. Una historia circular que da vueltas y vueltas sin lograr dar el paso hacia adelante que permita resolver la endémica violencia.Los relatos de Molano se remontan con detalle a la formación de la primera guerrilla en el Llano, Juan de la Cruz Varela, Sumapaz, los círculos de rebeldes casi de familia como el de los Loaiza, al que se integra Manuel Marulanda en el sur del Tolima a comienzos de los años 50 y así el recorrido todo en la voz de los protagonistas hasta la república independiente de Marquetalia que da origen a las Farc actuales. Sí, es el corcho en el torbellino, los mismos quejidos, las mismas defensas, los mismos discursos; levantamientos y protestas, tomas de tierra, desalojos, asesinatos a tiros, a machete, bombardeos, desplazamientos, quejas, inequidades, ausencia estatal, afán de estabilidad y regulación de orden público. Y la misma retórica y la misma secuencia de acuerdos firmados e incumplidos, de pactos fallidos, de palabras mentirosas, de amnistías de papel y traiciones y soluciones de medias tintas, de paños de agua tibia sin ahondar ni remover causas profundas. Programas que solo han conseguido darle a la gente efímeros momentos de tranquilidad, pero que tercamente conservan incluso el nombre, nominaciones y enunciados: planes de rehabilitación, de reincorporación, de normalización, de reconciliación; acciones cívico-militares y comisiones, muchas comisiones; diagnósticos y estudios como aquella primera creada por Alberto Lleras Camargo en 1959, la Comisión Nacional Investigadora de las causas de la violencia, cuando entonces se registraban 240.000 víctimas en esa década. El primer Plan de rehabilitación, también de Lleras, buscaba en respuesta a los acercamientos con los grupos armados, negociar su desmovilización a cambio de programas sociales, tierras, créditos, vías, asistencia técnica, salud, educación. Su alcance fue tal, que el propio Manuel Marulanda, ya guerrillero, se acogió y aceptó el cargo de inspector de carreteras y otros como él estaban de vuelta al trabajo en el campo. La cosa no resultó. No había pasado un año cuando ya estaban de regreso los asesinatos para que desde entonces se entronizara la violencia, casi que como forma de existencia cotidiana en el país. Y el resto lo hemos padecido: crueldad y dolor, un conflicto entre connacionales convertido en un teatro del horror del que hay que buscar salir como sea, aunque el camino, como se ve en La Habana, lejos de los globos gubernamentales, sea aún muy culebrero. Sigue en Twitter @elvira_bonilla